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Primero estabas de costado a mi izquierda y mi hombro se perfumaba con tu aliento, los ojos refulgían al martirio de tu magnetismo, tus labios estiraban los míos y las palabras fueron aves que deambulaban de terminal en terminal, casi un contrabando de celestes irrepetibles, de silentes inmanentes, de...
Bastante rato, y nos dijimos que por fin, qué rico ésto, nos dijimos...
Pero claro, los ruidos empezaron a sobrar y los labios quisieron despojarse del lastre y huellas y largar sus atuendos de tanto tanto, y agua y aceite.
Ahora una estampilla en tu espalda, vos del lado de la pared porque la ventana es ojos, siempre un brazo entre tu hombro y tu cabeza. Hubo menos palabras, porque crecían las lianas y las semillas de mostaza, de minutos licuados contra el cuello.
Algo sonaba como una isla... flotaban sonidos envolventes, la bruma de las instancias cuando el hechizo camina sus desnudeces por los ángulos y canta...
Así pasó la noche, tuviste tu danza de cima y guardé cada grano de aérea arena...
Me tuviste. Me tenés todavía, como un calor, una corola...
Nos coronamos aureolas que no se desvanecen aunque haya viento y luz del día.
Te conté cada minuto de mis días y me arraigaste en tu pecho.
Me hiciste sombra con ratos por pasillos de antaño y pagaste las monedas acuosas que nos sobran, me voy con un espasmo todavía en el paladar.
Tatuamos implícitas ampliaciones con gotas de sangre que supieron al albor reciente, a las primeras palabras, incomprensibles, vitales, martillos de perfume entre los labios.
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