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una espiga de tréboles emana de cada gota de saliva tuya seca en mi cuerpo desde anoche
se oye un estampido de náyades y el batir de alas deja esa lluvia de plumas que se desespera con lentitud pasmosa hacia el piso de grama en el centro del olimpo
es la tarde en los bordes de los arrozales
el sol se te ha quedado dormido en la garganta y nada más cada tanto haces apenas se espejan en la cuenca del ombligo y salpican el edredón con tu perfume y con tu pelo
es el fuego, lava de cañones aterciopelados
catapultas de aliento escalan los límites del fortín y los soldados poros prenden mechas azules hasta que las nuevas explosiones tuercen bautizan hamacan los deditos de los pies cuyas uñas espejan por el ombligo los haces del fuego sol apretando tu garganta
es el pueblo sin nombre ni fronteras que tiene por bandera el pulso de tu muñeca
después de la guerra de sangre sin sangrar ambos bandos se rinden festejando sendas victorias al descorchar sonrisas, ojos chinos y un malbec... nadie se mueve de su trinchera y sus mantas recuerdan refulgencias del ombligo post rebote de sol en la garganta
el huequito frontal del cuello es capital en el sismo
y un par de venas se aventuran a colorear un poco más el alma borravina que no borra el vino anterior al malbec, que ya pintaba de antes crestas en los hombros de la cama; rimas de la hora mecen los asientos del ángel que dormita al medio, qué poco espacio
son estas plumas en el corazón del averno catarata
son sones, son sonetos de piel, y el último suspiro, y una caricia que se avienta al beso que carece de corazas; y colmenas donde antes poros, y cardúmenes de avispas internas intentan iterar cada pasadi-zoo hasta llegar a la mesa donde esperan los pocillos de café
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