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No se le hacen pataletas a la muerte.
No se le saca la lengua.
No se la desprecia.
No se le da la espalda.
No se le hace pito catalán.
No se le tira tizas
no se pegan mocos debajo
de los bancos de su sala de espera.
No se puede ser malcriado
desafinado
ni chambón.
No hay enojo posible:
la muerte no es mamá.
El temblor tiene que salir nítido,
como un miedo al rojo
vivo
cimbrando en agua fría.
Mientras, se canta y se baila
en este baile de la muerte
que, con algún disimulo,
llamamos vivir.
B.D.B.
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