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viernes, 9 de diciembre de 2011

Instantes de un castillo de arena, Arnaldo Calveyra

Arnaldo Calveyra nació en Mansilla, Entre Ríos, Argentina, en 1929.


Poeta, dramaturgo, novelista y licenciado en Letras en la Universidad de La Plata, reside en Paris desde 1961.

En 1956 publica poemas en Sur ; durante 1959, luego de su primera estancia en París se publica El diputado está triste, ópera prima en teatro (Ed. Leonardo) y su primer libro de poemas Cartas para que la alegría (Cooperativa impresora y Distribuidora). En 1969 Gallimard publica la obra de teatro Moctezuma. Durante 1971 viaja a Inglaterra y estudia Shakespeare junto a Peter Brook. Durante 1989 Actes Sud traduce y publica su novela La Cama de Aurelia, editada en castellano por Plaza y Janés de Barcelona. El hombre de Luxemburgo inaugura la colección de poesía de Editorial Tusquets Nuevos textos sagrados (Barcelona).

En Argentina publica Cartas para que la alegría (1988) e Iguana iguana en Libros de Tierra Firme; Morse (Mate, 1999); Libro de las mariposas (Alción, 2001); Diario del fumigador de guardia (Vox, 2002); El origen de la Luz (Sudamericana, 2004) y Poemas (Eloisa Cartonera, 2004). La Editorial Adriana Hidalgo publicará en breve Maizal del gregoriano (publicado en Actes Sud en 2003).Su ensayo Si la Argentina fuera una novela fue publicado por editorial Simurg en el año 2000.




dos promesas en París...









Instantes de un castillo de arena





                                                             Lo teníamos con una mano. Sin caer superficie apagada por las

                                                             orillas tornasoleadas de la lengua. Por hablarnos casi, murallita

                                                             entretenida en el sol demasiado. Te abriré una puerta, una ventana,

una bajamar de aldea.



                                                             El mar, la carretera nacional. Ni parada ni tiesa. A tocar con

estos ojos.



                                                             En vano unos niños se lo han pedido al mar. Entra, se instala.

                                                             Napoleón paralítico que destroza. Canta. La sal, el torreón, la

bandera.



                                                             Escúchalo.

Nosotros.



                                                            Una niñita basta, consigue atravesarlo, encuentra las cocinas.



                                                            Cantamos una marsellesa en el desastre. No lo para. Se cae en

pedazos el puente levadizo.



                                                            Difícil tiempo.



Encuentro aquel esqueleto del sol extraviado en los años.



                                                            No, no volveremos.



                                                            El agua vertical de la ola color viento. Lejos, ¿por qué no todo

el mar?







Una escoba siete mares, el mar.



                                                            La bandera era lo que más queríamos, lo que más nos gustaba,

la bandera incolor en la luz.







Mañana por la mañana






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Cadáver XXIX, con Marina Cecilia Kohon

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camino de hormigas es lo único que desanda 
las rutas del azúcar
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XXIX


Necesito que corras

contra la quintaesencia del desencuentro

contra sus pies de gelatina

y su sisa entrecortada



¿Dormirarte empedrar

soledad adrede? ¿O dejar que las alas vistan

y revistan el portal cerrado

para ceder a la sed?



Te pido, que ala-dredes el sueño

y despiedres el portal

para que alunicemos soles

y solunicemos lunas



Sólo si por fin dejás reinar en tu cara

jardines del edén

y tu piel nenúfar plenamente sigue a tus pies

que mudos torean torturas chinas





Sería abrirme de mí

para dibujar el cero de un inicio

vestirme derramada

emparedar al miedo.


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Caminaba el hombre, Arnaldo Calveyra

La infancia es el solo país, como una lluvia primera/ de la que nunca,

enteramente, nos secamos.

Juan José Saer



Cosas que me pasaron durante la infancia me están sucediendo recién ahora.

Arnaldo Calveyra





Caminaba el hombre



Caminaba el hombre

llevado por su estrella,

no diferente al yuyo

que al agacharse

toca con la mano



hombre

atendido por su estrella,

forma dulce de tierra

por cuestas de retama



de loma en loma

hablado por los pájaros



herido por cinco pies de

tierra



como las nubes errantes

busca arroyos

donde aliviarse,

reflejarse



y la vara de nardo

de la luz

que lo conversa



brillante de verde

de hondonada



olías a

lentamente tierra,

la tierra curva

de Entre Ríos



llegada de su noche

una lumbre siempre pronta

que lo entibia



el hombre, el doble de su estrella

atraído por su sol



¿dónde los cinco pies

de tierra

que lo exaltan

en la voz de la calandria?



creencia dulce de senderos


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domingo, 4 de diciembre de 2011

C a d á v e r X X V I I

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con Marina Kohon again, both spittin salitre...



saber, poder caber apenas en la cresta
del próximo fugacísimo momento:
estirar la mano hasta rozarlo
/grafito infame, 7:77/
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detrás de la sombra hecha redes

esconde su rostro de loba



un hálito de humo

opaca visiones de la mueca



echa redes

antes que los hilos

calen espumas en los labios

agita chispas, aspira el aquelarre de la noche

quema el nombre del macho



un grito le aúlla a a negrura

mientras sacude olores a los ojos

detrás de otros

y de los rostros impasibles



no celebra la muerte del recuerdo

entre cenizas lo entierra

en ese límite difuso

entre tierra y cielo

junto va su pelambre de fémina herida



corre, se aleja

aúlla y huye

escupe magias

implora arcanos para

no traicionar sus propias huellas.

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