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El pelotón de veintiséis soldados avanza despacio en la oscuridad sin brújula. Último día en que serán más de dos docenas.
Buscan respuestas entre los arrozales, los azafranes, el barro eterno. Algo sin cuerpo que los atosiga.
Está siendo despaciosamente aniquilado el pelotón entero. Recuerdan al Carpo Cortés y al Niño Bruno sin decirlo; en rincones del lodazal quizá queden sus gusanos.
Cada vez menos pertrechos. De noche ruidos mínimos, catapultas de adrenalina que les deja contra la nariz un frío agrio y agitado.
A pesar de eso, avanza el pelotón. Cincuenta y dos botas. Veintiséis perdidos. Trece pares de restos de algo que algún día fuera la espuma de la raza. Hoy, piedras olvidadas entre entre el limo donde cada tanto un ave atisba al enemigo sin cuerpo, sólo mostrado por cadáveres hermanos. Incisiones cortas, punciones profundas. Ni siquiera tiempo para gritar, sin testigos.
Despacio en la oscuridad, veintiséis que mañana no serán ni veinte, que en poco apenas un puñado en la oscuridad sin brújula, vagando hasta remedar los gusanos de Cortés y Bruno, u olvidarse de ellos mismos.
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