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Ayer (como todos los últimos) fue un día más de navegación en el amplio y solitario océano.
Lo peor de lo poco que pasó fue precisamente eso...
que pasó... y fue poco;
como las eternas aguas que lamen la piel expuesta de mi mal balsa. Íntima enemiga que amo
por necesidad y odio por su constante acecho de ahogo. Y cada tanto alguna que otra nube en
la suciedad grisácea de la atmósfera. Pocas veces el agua trae flotando en su desierto líquido
camalotes perdidos y espaciados, muy exiguos contactos con la añorada tierra, y esas
son las jornadas que ameritan en serio ser aquí marcadas, pero entonces surge el problema
del valor de las palabras. Ahora mismo, por ejemplo, estas palabras son dragones incendiarios
y funestos, enormes animales, una cara compañía en la alta noche próxima, que inaugura su
goteo sigiloso desde los mismos ojos grises de esta tarde agónica.
Pero cuando algo nuevo arrastra aquí la monótona corriente, las palabras se vuelven líquenes,
insectos, y todo lo que pueda ser dicho sobre eso es insuficiente, inútil, casi patético. Por eso
aprovecho ahora para dejarlas ensalsándose en su propia conciencia de importancia (total yo
ya sé su horrorosa verdad, -idéntica a la mía, seguro- he sentido dentro su mutación letal, su
indolora e incipiente desvalorización) cuando las suelto y hacen belicosas piruetas contra la
engañosa diafanidad del cielo sucio.
Las dejo ser, pues ellas también tienen derecho a sentir su parcial grandeza, que me dibuja
una efímera sonrisa torcida al verme reflejado en su amplia nimiedad existencial.
Instantes de dios y días hormiga.
La propia Afrodita sirviéndose total de nuestra carne viva con una púrpura ambrosía itinerante
por cada rincón de piel y más allá... o la honda insuficiencia ante el peso nada de un palito
seco que intentamos cargar hacia escenas subterráneas donde apenas sobrevivimos.
Hace unos días creí morir por la carencia del beso que me pusiera patas arriba dentro de la
burbuja pacificadora con el cosmos... hoy río de mi estupidez sinóptica en esa imagen que
rebota contra la sed de besos, contra la absurda imagen, contra el cuerpo de ese beso, contra la
foto tonta, contra sabor de labios, contra lágrimas recolectadas mientras por los cuatro
labios, contra la boca inmensa contra el dolor solitario, contra la tibia humedad contra las bocas
hechas una alternando la deliciosa falta de aire "petit mort", contra el dolor inconfeso y
desesperado contra la nariz y las orejas y el cuello cuesta abajo contra... de rebote en rebote,
instantaneo, inmóvil, desolado, contra tanta imagen infinitamente multiplicada hasta dejarme
encadenado en la nada del sueño, nuevo aplazamiento de rebotes.
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