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viernes, 8 de enero de 2010

Danza de las plumas de agua

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…todo era un poco así, y cada tanto algún ladrido de perro perdido a lo lejos en la noche serena. Ir caminando por un patio colonial desconocido pero familiar al mismo tiempo, asomarse al aljibe, y en lugar de un mirarse al espejo de agua mansa, ver las estrellas como un cardumen de diamantes inquietos arremolinarse parsimoniosos para irse cóncavos por un sumidero enorme, como haberse lavado la cara en una fuente al revés y negra. ¿Era agua o cielo? Lo mismo, parecía adrede; pero de un momento a otro creía ver más allá del agua. Donde hubo barro había ahora piedras coloridas con algo de cantarinas, no sabía bien por qué; y allá, bien abajo, algo que bien podía ser espesa sangre oscurecida por el torrente subyacente y multiplicado entre las napas. Entonces le pareció verla nadar en la napa contigua, alegre, única, dispuesta. Le sonrió apenas mientras se miraban y fue un diálogo atávico lleno de coincidencias y proximidades, de tibiezas y ternuras y entendimientos. Se dejó guiar de la mano y sin contacto a la vez, engrosar juntos el dócil caudal del paseo durante algún tiempo que pareció milenario; brotar de una bomba como cascada en miniatura; gotear del brocal fuera del cántaro empuñado por una niña de campo; vaporizarse y volar arriba con el calor dorado de la comarca; congelarse luego a la altura de las islas níveas diseminadas en lo celeste. Se dejó arrastrar por caricias ventosas que arrostraba alegre, con dulzura y pertinacia; se dejó llevar con ella, que se dejaba llevar por los sistemas naturales. Una noche llovieron en una acequia aledaña al pozo en que, sin saberlo, se había ido a mirar solo para verla y cederse juntos, juntos a los caprichos líquidos y telúricos de aquella melga del trigal, que en la caída (más un grato flotar) se veía como un diamante dorado sobre el que iba una flota interminable de fertilidad y olor a azufre, a tierra mojada, a cosecha de pan tibio y vida en familia. Fueron desgranados ambos en la molienda y también juntos entraron al horno. Se tostaron allí como al sol, pero sobre lenguas de maderos al rojo vivo que restallaban furiosos, y también eran un poco de agua, igual que ellos; luego livianas migas en picos ligeros y palpitantes hacia estridentes nidos de horquetas estratégicas; por último plumones que el viento empujó como testigos de esas noches de patios coloniales y aquel aljibe estival, todo casi siempre un poco así, y cada tanto algún ladrido de perro perdido a lo lejos en la noche serena...
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2 comentarios:

Makeda dijo...

Vaya!...no me diste tiempo de despegar los ojos!....es tan poético,bellisimo.

Alejandro Cabrol dijo...

Gracias Maky, intenta ser una foto-novela con cierre circular. Cierto que tiene poco aire en medio, está muy dinámico y quizá eso pueda dificultar la comprensión, pero bue... así me pidió quedar y ya.