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¡Era ella! Estaba seguro. La sintió a través de su espalda por todo su cuerpo con un breve hormigueo y su inconfundible perfume.
Hacía un año que cada domingo transponía las solemnes verjas coloniales de ese lugar donde el tiempo se niega a transcurrir, reiterando el camino memorizado. Hasta jugaba a ir a la parcela con los ojos cerrados. Doce peldaños abajo, final de la escalera; cien pasos a diestra, otros quince retumbaban a través del pasillo, cuatro más torciendo a la derecha, veinte a la izquierda, ya sobre el césped y abrir los ojos. Ninguna sorpresa.
Nunca había superado esa sensación bochornosamente ridícula de llevar flores que pesaban más en su cara que en las manos; quizás por no haberlas regalado a tiempo. Como tantos otros gestos diarios soslayados en su momento y lamentados cuando es demasiado tarde para obrarlos.
Allí lo invadía una desazón que lo mantenía tenso el resto del día. Le agobiaba no haber vuelto nunca a sentir su presencia; ni haberla soñado siquiera. Ahí sentado monologaba tardíos diálogos. Ella lo veía y oía cada vez, sin juzgarlo ni poder manifestarse, incapaz de transferirle la inmensa paz que disfrutaba o su franco perdón, tan profundo como incorpóreo.
Él le hablaba como siempre, con la mirada ida, alternando charlas inconclusas con noticias de cuando ya no estaba. Y de repente…allí estaba. ¡Era ella! Estaba seguro. La sintió subir por su espalda, traspasar su cuerpo un segundo de fugaz hormigueo helado junto a su inolvidable perfume.
Espontáneas lágrimas rodaron por su cara humedeciendo el virtual mantel de mármol para sus citas. Lo que él no supo y ella advirtió, pero debió olvidar pronto, fue que mientras esas lágrimas se secaban en la piedra, otras gotas, fruto esparcido por amor de pareja, la engendraban en un nuevo vientre.
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juntando papeles perdidos por oscuros rincones a bordo de la nave a la deriva alejandrocabrol@gmail.com alejandrocabrol@hotmail.com
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viernes, 8 de enero de 2010
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1 comentario:
Lo que él no supo y ella advirtió, pero debió olvidar pronto, fue que mientras esas lágrimas se secaban en la piedra, otras gotas, fruto esparcido por amor de pareja, la engendraban en un nuevo vientre.
Me desjaste soñando.
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