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Como los años le habían enrulado los ojos y habían sido generosos con su pecho aéreo hasta la ignominia de ese aciago día, se dedicó a diseccionar amaneceres con prestancia de alfarería y precisión cirujana.
Daba vueltas a la cabaña del valle cual augurio de túnica mal tejida apenas blanca que la tarde grisácea desgastaba. Vagas hebras esas, diabólicas babas en mejillas insuficientes para tanta amargura aguada.
¡Tanta humedad! Manadas de mínimos arco iris borrosos se encendían en cada frente, por cada fuente; bufaban bajo tras puertas y ventanas.
Eso no era amor, él no salía a ver la lluvia con sol afuera: solo oía rugidos y susurros, el bien conocido llanto. Él, taciturno y apocado y poca cosa él, nacido de aquellos ojos que no olvidara ni cuidara, ahora fondeado y frondoso adorno primero del nuevo mar, surgido y muerto por el viejo amor.
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1 comentario:
Él, taciturno y apocado y poca cosa él....Lo tuve que leer un par de veces por que es pequeño pero profundo,inmenso como un mar.
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