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... todas las canciones que duermen a la vera de voces inolvidables y escuchamos en labios de transeúntes sus remedos; todas esas glosas que se disfrazan de tren y nos van llevando por diferentes estaciones de la vida: una noche, un amor, una noche de amor, una borrachera, un olvido, acaso una cena, ese adiós; a la infancia, a una ofensa, a la desnudez indefensa que disfrutamos
esas canciones que vuelven, que nos miran el alma cuando los párpados de un parlante se despiertan justo mientras pasamos por la vereda del vecino, una esquina poco frecuente, una casa cualquiera
canciones que sabemos de memoria pero extrañamente creíamos olvidadas hasta que su acorde sigiloso, serpiente audible, vino a mordernos la muñeca descuidada y zas, empezamos a cantarla a la par sin darnos cuenta que el veneno no es tan malo como parecía...
melodías simples o de trueno, arpegio y filo, florituras en el aire del verano que nos embolsa la cara para volver a estar en las entrañas de agosto en pleno enero, o al revés; entonces del tren y del ofidio, en un chasquido se van abriendo ventanas, o a través del relumbre de un cd que se cae al piso mientras buscábamos el resúmen del teléfono, de la tarjeta, de la mar en coche...
la radio suele ser una estación de tren; la casualidad un vagón perpendicular que nos aborda a la fuerza
alguien silba afuera, o dice unas palabras que nos hacen recordarlas, peces dorados en el estanque de las horas, oídos de anzuelo, memoria emotiva y alguna letra que te hace pensar:
"...puta madre, cómo hubiera querido decirlo así..."
"...puta madre, cómo hubiera querido decirlo así..."
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