.
.
.
(") Payanca, payanga o payana: juego infantil que consiste en hacer una serie de pruebas de habilidad manipulando con una sóla mano cinco piedras chinas o guijarros.
.
.
.
.
.
.
Agosto tiró de las solapas y se llevó a las abejas que zumbaban sus insidias en las venas del vidrio para acá; se las llevó al otro lado del trópico, donde quizá mejores panales las esperen para otras alquimias de heredades más dignas que este prender y apagar prender y apagar prender y apagar prender y apagar y así, la luz cansada, para jugar arabescos de silencio y olor a pelo con el réquiem de tu sombra, que un rato delirante le hace escucharle a tu sombra verdadera encer/r/ada en la penumbra, e intenta tomar nota como puede, dentro de ese derretimiento de carretillas con manos mojadas.
Agosto cierra su morral, calla detalles y mira a lo lejos mientras empieza a caminar con su ritmo de peregrino eterno. Aprieta un poco los dientes como para sosegar lo que silencia y se decide a seguir viaje sin mirar atrás, pero a la vez con los ojos llenos de atrás. Lleva los pies hinchados de vendas, pinchados por el almanaque, la albahaca y los alcornoques, llenos de polvo de facundia y aullidos lobeznos que habrán dejado su marca /quizá, alguna vez/ en el reverso de los párpados y también de las venas estas azules.
Agosto y sus ramas, agosto y las letras recicladas de una futura marcha fúnebre que por ahora viborita lánguida para muslos y hule, donde huele todo bien. Agosto y agujas, mojones de una acupuntura invisible, que sin embargo…agosto y guijarros para la payanca: la del uno viene hecha justito apenas antes de decirse hola; la del dos con los ojos cerrados, como en los besos cardúmenes de malva, esos herbolarios tortuosos que mejor viveros de mandubés o de carpas; la del tres también, cómo no: pesquisa tenue, torpe, torpedos tentáculos enredados en los vestíbulos de pisos de parqué, pero mejor la del cuatro, a tientas oliendo mientras el hálito de las flores no nacidas todavía y sus semillas de cebolla, laten heredades de plenilunios a la sombra del perfil fenicio…
Antes de la del cinco un recreíto de inundaciones lacerantes que magullen un poco, como para recordar que anduvieron los hormigueros y los nidos, los esófagos y las falanges, los dedos y los dados, los brazos y los vasos con el bazo lleno de humo de tántalo y tarántulas, esas pilosidades para dolores vagos y a veces demasiado malos. Algún sopapo estilo satén o terciopelo, y tu sonrisa pijuda(*) lloviendo mares y mares y mares de mareas mareadas de nácar y alcanfor, apenasmente(-) saladitos pero no tanto, lo justo nomás como para que la lengua descanse de la abeja reina y se vuelva un poco zángana o no tan reptil, ofidio sinuoso y ojo rojo… descansar un poco de fagocitar centurias mientras el túnel de juncos se ensaya a sí mismo como una marisma de pañuelos y sábanas intactas, esas sabanas que las empresas forestales se relamen por talar, hasta de raíz respirar y que lo celeste reverdezca y alverre, ya medio mareado Agosto porque las lingas y las motosierras hacen parar los pelitos de la nuca y del antepecho de sus balcones que sin push up aletargan a más de una plástica planta de adorno que te mira de soslayo como diciendo pero querida qué máquina ruuum ruuummm
(*) ver diccionario please
(-) y los caballos sin zancos aturden al peregrino que llega tarde, aún para los premios, y le toca la cara más fulera de la cuadra, pobrecito
Pero Agosto no, Agosto se queda callado aunque le sea una incontenible, incontinente tortura china multiplicada varias veces por su misma masa logarítmica no mirar. Respira hondo, se tira al suelo y siente en la espalda el buen recibimiento de la f/l/oresta(&) y sus huéspedes, los bichitos hacendosos que planean nuevas rutas y planean bajo, desagradecidamente por parte de Agosto que se concentra en olvidarse de los dientes jugosos de balcones, que se aplica a la tarea
(&) de los yuyos, de la flor esta, de los futuros árboles cuyas semillas lo miran desde abajo reposar sus lunares un buen rato, oliendo a ellos casi
/para no saltar y atacar y matar y nacer y perder ganando, todo al mismo tiempo/
de llenarse los ojos de celeste y la espalda de verde, vuelto una extraña paleta de colores con el torso torvo, mucha cabeza para los hombros, chupetín de bleque y pelota de pelos, sin saber ya si se va a levantar muerto, Hulk o cenicienta del pecho de la abeja, que mientras tanto acumula cajones cling cling cling como hacían los kiwis contra la puerta imperdonable y las vacas se daban vuelta a mirar tanto intercambio comercial que les hicieron saltar los guantes y tener accesos de fiebre famosa hace unos años
Agosto Anguloso y Crescencia Indrémora tomando Baileys o absenta durante los paréntesis de la saña soñada y de la guerra ceñuda desorbitada, despaciosa, el humo manda mensajes que los gusanos entienden y no contestan, el humo huele a hola de nuevo, en los mientras se va el cling cling, vuelve la máquina al ruummm ruuummm y Agosto decide que es hora de cambiar los guijarros por piedritas chinas para retomar la payanga y hacer la del seis, porque la del cinco fue uno en cuatro sin vacas mironas pero mas kiwis, las verdulerías llenaban bolsas de consorcio para el comedor del barrio, las destilerías se esconden junto a toda la sapiencia, que duerme en la iglesia, y a la hora de la siesta no queda ningún negocio abierto /así son los pueblos/ mientras Agosto se prepara otra vez y suelta las ojotas por los aires, qué tanto gregré querida, afiná la motosierra que hay que despachar un equipo de mandrágoras a la frontera y otro de abedules para Socorro, la hermana no tanto tampoco que viene a hacer los pedidos domingos y feriados, siempre ella. A barrenar las barreras del oporto sin oprobio, a salpicar cada senda con viruta. Agosto atesta su morral de aserrín, pero para eso hubo de vaciarlo antes sobre el balcón carnal/oso y esperar el turno de otra ficha para seguir fabricando alces y muñecos de trapo, que invariablemente terminaban pegajosos no de miel ni de linimento, sino de algo superior, de agostidades intrínsecas oliendo mucho mejor que con una buena ducha matinal y desayuno.
Las capas se despegan, se despliegan imantando el aire con su fragancia, y nunca terminan de surgir, ni dejan de/2/-volverse anémonas que cambian de color a medida que los ojos desfilan por cada vereda de sus ventanas, de los cajones de su melaza.
Agosto a cuatro manos ya por la del siete en la payanca silente pero no muda, habilidades de mimo mimoso mimetizado con las crestas del pastizal imperdonable, queriendo encontrar petróleo además de miel. Cada tanto le falta aire, la reina no perdona las caronas y él, que ensilla y estriba y agosta angosto antes que los relinchos despierten a las vacas que siguen masticando lo mismo que ayer. Esto lo hace detenerse a pensar en qué pensarán tanto las vagas vacas, además de en engordar ollas y carpas o adornos, esos ojos no dicen nada señorita, vuélvase a poner su guante mientras seguimos topando esta tundra a mano alzada, sin calzado adecuado ni ropa de protección, que las astillan fecunden garabatos, agostitos y feriados por favor, dame un descanso, perdonáme aunque sea una, reina toposa del trópico rummm rummm, qué combustible para tu máquina que no hace humo pero suena.
Va la del ocho, especial apropiación de pose y pasos, nunca veleidades que lo dejen muchachearlo ni por asomo, ya es más difícil, los ojos cuestan, el aire pesa, las piernas tiemblan y el morral es una incomodidad innecesaria. Queda entonces de almohada para la reina que lo mira atontada por la improvisación de confort, o de escalón en las ancas, o al costado para oler el aserrín recién cortado, su espuma plumas, por favor. A la reina se le agranda la boca y ya los pastos les crecen por encima de las molleras, las vacas miran pero no ven, chau ojotas, manotazo de ahogado al morral, que no se pierda, no te pierdas, que se repitan toboganes sin túnicas esta vez.
Cuesta por las venas que aparecen en la frente, en el cogote, son coyotes comekiwis corraleras comemiel, angustia agostada y ganas de llover, pero ya la del nueve, si hubiera tribunas se harían ricos o venderían miel y cuero de vaca, famosa frutería autogestionada de barrio trasciende a nivel ultramarino, de lejos caen a buscar su postre generales en galenas, goleadores en goletas, cenicientas en cenizas y poetas en saetas cupidicarias al peor postor, nunca joya apenas taxi gratarola pa que se copen.
Vamos por las veredas
porque afuera…
vinimos sin carbón
y volvimos cocinados
Lentejuelas zarigüeyas espejismos tu esperanto
más hablado que la jerga de los ciegos
chorus:
no te espantes sólo dime la verdad
chan chán
Las gargantas no aguantan y se asoma la del diez, Agosto se para al borde de la del diez, la mira la huele; la reina se arroba en su robe de chambre punto com y se pregunta qué mi máquina, qué mi amor, dale que falta para llenar el camión y encima acaba de entrar un pedido de afrecho para Holanda, andan cortos. Sí sí, ya sé, pará. ¿Cómo pará? Sí, pará… cuál de todas las del diez querés: la de Sandro en el Madison nainchin sicstináin; la clásica de Creedence, la de Pink Floyd en vivo o la que yo me aprendí en mi barrio de chiquito?
.
.
.
a esta altura del relato todo se ha ido al diablo
no hay secuencia posible
al narrador se le mueve el encuadre, pierde foco
y encima está oscureciendo en Acarolandia
todo el mundo a dormir que mañana hay que laburar!
.
.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario