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Besáme con todo el cuerpo, hasta con la mente, yo hago eso cuando ando haciendo equilibrio en una cornisa triste; te beso un millón de veces a la vez y de a poco voy alejándome del vacío que me pide estrellarme contra la solidez gris con un sacudón de pecho, hasta llegar nadando a yacer en tu boca, hasta quedar tan rojo como ese entorno;
Y brillo, brillo mucho.
Quedo suave, relajado y tu boca es un estanque perfumado. Después te dejo reposar en mi pecho y acaricio tus contornos, te abrazo para que te sientas anclada a algo, segura, confortable en un entorno que te hace falta.
Recorro tus hombros con todo el sigilo que requieren roces sin despertarte, y escucharte respirar en paz a mi lado es una música aún muchísimamente mejor que la de las proverbiales sirenas.
Y brillo, brillo mucho, de una manera prodigiosa.
Entonces me voy convirtiendo en tus raíces. Nos crecen desde las venas lianas blandas, legumbres lenguadas (leguas de luengas) que acarician y nutren la piel; la erizan, la mecen, la estremecen.
Somos una isla los dos en medio de la noche, un barco un poco, una maderita a la deriva que no teme ni duele ni se fragmenta; se deja llevar con una tranquilidad uliginosa por esa superficie que exhala lluvia y sal, y algo de aire plateado, difícil de explicar. Y así vamos por el útero de la noche a la deriva.
Nos dejamos lavar con la marcha las manchas del día, limpiamos el alma en ese viaje, y aunque no estemos copulando, es hacer el amor inmóviles, nada más amoldándonos a nosotros mismos.
Mis manos huelen tus bordes, tus flancos y soy suspiros, soy aire aire aire que intenta quedarse estático para no flotar y desvanecerse. Y cada tanto te movés, apenas dos centímetros la cara a un lado, un milímetro más entreabiertos los labios, algo tan sutil. Eso hace que un vaho de perfume se agite en mi dirección y las aletas de mi nariz se abran, mi lengua golpetee a los costados, arriba, abajo, en círculos para hacer rodar tu gusto en la caverna de mi boca, que al instante se puebla de faquires y diamantes, de anémonas y vaquitas de san antonio, de lentejuelas y pelusas, y rizomas de palabras y ventisca tibia.
Dos fulgores juntos en uno mismo, brillando aún bastante después de mucho.
Se empiezan a correr a sí mismos como una maratón interminable dentro de la boca: los líquenes y los elefantes, los san bernardos y las cigarras. Al final no se sabe bien si es una maratón bucal o un resumen del arca de Noé, al amparo de la lluvia de la corriente liquida que nos arrulla y nos disipa las manchas de la marcha del día, haciéndonos brillar muchamente mucho; un satélite del sol que flota mansamente al ritmo del agua que se lo lleva.
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1 comentario:
......Te beso y recorro tu cuerpo como las algas en un mar embravecido me quedo prendada y anudada a tu piel.
Néctares
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