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es tarde y se acuesta
fagocitada
por rectangularidades
a las que vino
por su estuco
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corona nogal
del girasol bautismal
que desmonta este otoño
desde sueños hasta el suelo
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/b- elixir oliva
/a- lapso de alivio
/b- de leve luz
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lo que subyace al lago lúcido
mil alas de mariposas
empañavidrios
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hasta sueños de alivio empañavidrios
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juntando papeles perdidos por oscuros rincones a bordo de la nave a la deriva alejandrocabrol@gmail.com alejandrocabrol@hotmail.com
---V0C35---
(16)
//0La5//
(8)
07r05 4u70r35
(66)
0jo5
(15)
11uv1a
(11)
35k4m45
(9)
35Qu1na
(5)
3n Ca5a
(6)
50n3705
(18)
7i3rra
(3)
a mano alzada
(35)
A7ulej0s
(2)
A8ua
(24)
AB3C3D4R10
(1)
Acaró71c0
(19)
AiR3
(5)
al80r35
(7)
Alas
(16)
Amar1ll0
(7)
Ár80l35
(10)
Arcanos
(26)
área de Lino
(1)
Argelado
(6)
Autoparlante
(4)
AV35
(10)
Azulapislázuli
(9)
B3lls
(7)
Ba-húles
(13)
barcos
(16)
Bilingual
(15)
bocetos
(21)
Breviario
(40)
Burning Blues
(6)
ByN
(11)
c0n 5an8r3
(10)
C4ndy-C4r4m3L1a
(3)
cabos sueltos
(20)
Caducho
(1)
canciones
(22)
Canciones Traducidas
(6)
carbones rapaces
(8)
cegueras
(15)
cicatrices
(29)
Cu3n705
(23)
D A 2
(31)
d-rota
(10)
D1x10nar10 P3rr0
(2)
D3 M4dru84d4-MuyT4rd3
(4)
D35ang3l4d0
(10)
Da8u3rr071p05
(5)
DDJJ
(3)
de antes
(15)
de/s/memorias
(15)
dedos húmedos
(14)
DesProsas
(1)
Deudas Impagas
(25)
Deudas Pagas
(16)
en las nubes
(36)
Entre Ríos
(2)
Erotozoo
(32)
Espejos
(1)
F0705
(6)
f10re5
(17)
fantomloop
(10)
Five Hundred Thousand Fingers
(1)
Fu380
(11)
g07a5
(12)
H13r8a5
(12)
H3bra5
(11)
H3bra5 para las c1nc0 de la Tarde
(1)
Haduendes
(8)
Hu31145
(3)
Humar3da
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Inner Twitter
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intertextos
(2)
IraAmarga
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jirones
(46)
Ju3v35
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kitch
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Lilamorados
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Lit3raTunning
(1)
LúD1ka
(23)
Lun35
(5)
Luna
(5)
M4n05
(8)
N38rur45
(7)
Naufra8105
(9)
noche
(51)
numeral
(35)
Ocres
(45)
Ok7u8r3
(8)
P135
(7)
paedia
(17)
para los navegantes
(6)
Paraná
(3)
Pé7r3o
(17)
Peceras
(24)
perfume
(21)
Ple8ar1a5
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Plumas
(13)
Plumifacencias
(3)
PostAle´s
(1)
PR05A1KA
(6)
Recuentos de Marzo
(14)
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rojo
(37)
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sal
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serial killed
(1)
Serie Q
(43)
SeriePerlas
(11)
Silencio en fuga
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SiSm0g0ní45
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sol
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Surreal
(21)
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V13rn35
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(27)
Versalia
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viajes
(39)
zzzF3R45
(10)
domingo, 28 de febrero de 2010
viernes, 26 de febrero de 2010
azul.3 /daguerrotipos/
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canto con los dedos
pira pez patio pozo
y así…
hasta hurgar el delfín azul
que dormía en tu mano
y ahora surca
este pecho rengoherido
otras veces callo
y esplendores nos aplastan las ventanas
redondamente
laguna mutismo
cuando enumeramos
procesiones de infartos
morbidez atravesándonos
pero además
cuento tus dagas
lengua lirio luna labio
y también los arenques
que palpitan descalzos entre mis cenizas
canto cuento y callo
que algún día
abriré este ojo cárcel
hasta estirar tu noche
más olvidada
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jueves, 25 de febrero de 2010
Caro y Nico /micrones/
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Como cada domingo, Caro pasaría a la vuelta de ver la nona. Nico apenas si almorzó para poder verla más de cerca. La primera voló ansiosa y llena de veredas. La segunda se alargó demasiado y a lo último, un poco triste. Como ahí el sol le daba de frente a la siesta, al principio de la tercera hora de guardia lo pudo el sueño. Caro llevaba listo un saludo ensayado para no exagerar y quedar en evidencia, pero dejó escapar su mejor sonrisa de once años al ver los cachetes colorados de Nico dormido contra la ventana.
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Como cada domingo, Caro pasaría a la vuelta de ver la nona. Nico apenas si almorzó para poder verla más de cerca. La primera voló ansiosa y llena de veredas. La segunda se alargó demasiado y a lo último, un poco triste. Como ahí el sol le daba de frente a la siesta, al principio de la tercera hora de guardia lo pudo el sueño. Caro llevaba listo un saludo ensayado para no exagerar y quedar en evidencia, pero dejó escapar su mejor sonrisa de once años al ver los cachetes colorados de Nico dormido contra la ventana.
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el cuento del tío /2007/
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Tío Carlos conocía al dedillo las leyes de la calle y nos las reveló desde el vamos, aunque no siempre las respetara; aun cuando al infringir algunas arriesgara su vida. El más joven de los tíos, tan cercano como un primo más, en cierto modo supliendo a nuestro padre, muerto cuando mis tres hermanos y yo éramos niños, empujaba su negocio mayorista de pollos. Arrancó como un simple empleado hasta crecer y transformarse en competencia de anteriores jefes, gracias a su innata pericia para subsistir en la jungla de cemento. Su táctica no era justamente la honestidad; porque para trepar, no alcanza con manejarse lícitamente; y trampear, o ser más rápido que otros, le divertía sobremanera. A veces, hasta nos refería detalles de la lucrativa maniobra diaria que, por derecha, hubiera llevado meses conseguir.
Al ser yo el mayor de los hermanos, quise inculcar a los más chicos buenos ejemplos, hasta donde pude; igual crecimos al influjo de tío Carlos.
No habíamos dejado de ser niños y ya trabajábamos para él. Cuando fuimos grandes, influí en mis hermanos persuadiéndolos de encarar un negocio entre los cuatro, al ver que Carlos obtenía ganancias desproporcionadas a las nuestras; no le gustó la idea, pero no le dejamos otra opción, en una movida digna del maestro que tuvimos; luego repartimos el negocio a la mitad: una para él, la otra para nosotros y desde entonces no tuvimos noticias suyas.
Ya por nuestra cuenta, no preví el vigor, el liderazgo y la falta de escrúpulos de Marcelo y Martín, los del medio, quienes tomaron las riendas del negocio sedientos de fortuna a cualquier precio, con el tío en un arraigado pedestal de modelo a imitar. Incluso creí advertir en ellos demasiada convergencia genética como para tener a mano evitar que siguieran sus pasos.
Para el noventa y cinco nos habíamos afianzado en el mercado provincial y emprendido una amplia red sumando Corrientes y Misiones a nuestra ruta, auxiliados por la facilidad crediticia de la época. Contactamos un masivo productor brasileño. Por diferencia cambiaria, triplicábamos ganancias sin faenar, solo revendiendo. Todo iba viento en popa. Ni tío Carlos hubiera soñado conseguir tamaña proyección comercial.
Durante un viaje al norte, me enteré de que cerraban Frigorífico Santa Clara, uno de los estatales más notables de la provincia. Dos parlamentarios encargados de ese establecimiento me citaron planteando abiertamente vendernos bajo cuerda, un portentoso lote de cajones de pollo existente en cámara a precio irrisorio. Hasta insistieron en mostrármelo mientras lo tasaban oralmente. Me dieron una tarjeta de presentación donde sus nombres y celulares eran amparados bajo la sagrada investidura del gobierno provincial. Solo teníamos una semana para decidirlo y dos para concretar el trueque, en Casa de Gobierno. Cuando les expuse la oferta, mis hermanos ni dudaron. Sus ojos inflados de codicia emulaban la imagen de Tío Carlos. Expuse mis reservas al respecto; olía mal que fuera tan barato, precisábamos calmarnos y pensar; confirmar que la mercadería no estuviese vencida, tomar los recaudos posibles, hasta el más mínimo cuidado parecía poco teniendo en cuenta semejante transacción. Cincuenta mil pesos por una cantidad vendible en tres meses, cuando menos, si nos proponíamos ampliar nuestra venta. Con ese monto se podían construir dos casas modestas, o comprar siete autos cero kilómetro. Debíamos andar con pie de plomo, sopesar hasta el último detalle. Pasaron tres días hasta tomar una decisión. No había cómo razonar con los dos del medio, intratables e irascibles de ansiedad por cerrar el trato; el más chico no decidía y sabiéndolo, ni opinaba. Yo me opuse firmemente, pero no había Cristo que los persuadiera. “Si no lo hacemos nosotros, lo hace otro”, decían. Salomónicamente acordamos que el riesgo y las ganancias serían solo de ellos dos. Eso los conformó y concluyó el debate.
Una semana después de hacer la oferta nos visitaron en nuestra empresa; mis hermanos los examinaron con ojo clínico buscando la quinta pata del gato, dispuestos a comprender el yeite escondido que los delatara. Ambos funcionarios se miraban y sonreían, mofándose de la inocultable desconfianza de esos comerciantes que pretendían estar a la altura del caso, pero a quienes su lenguaje corporal los probaba inexpertos. Martín y Marcelo se sintieron vergonzosamente muchacheados. Pusieron punto final a la negociación conciliando los últimos detalles. Los representantes oficiales recalcaron la confidencialidad del arreglo.
Anduvieron de aquí allá a las corridas, cobrando facturas, pidiendo entregas a cuenta a clientes de confianza, luego de exponerles brevemente la causa, quemando bienes conjuntos que los endeudó con nosotros dos. Por último, no les quedó otra alternativa que acudir a préstamos de parientes, amigos, y hasta de extraños.
El día fijado fuimos con tres térmicos a Casa de Gobierno para efectuar la operación. Nos aguardaban en la esquina posterior. Yo cuidaba los camiones. Marcelo y Martín entraron con ellos a una oficina situada en el entrepiso donde le presentaron a un tercer funcionario, superior de ambos, que saludó mostrándose ocupado y entró enseguida a una oficina contigua. Una vez que los cuatro rubricaron el contrato, uno de los agentes provinciales le sugirió a Martín que fuera ubicando los camiones a la vuelta de donde estaban, para trasvasar la carga. Martín fue hacia donde yo estaba y entre los dos trasladamos los tres mastodontes al sitio indicado maldiciendo el tránsito de la hora pico. Adentro, Marcelo recibía las órdenes de carga legalmente selladas. Luego, uno de los oficiales se excusó por un momento, llevando a que su jefe firme el contrato y cuente el dinero. Marcelo y el otro quedaron charlando de nimiedades a la espera del tercero. El otro ofreció a Marcelo algo de beber. Sí, un café estaría bien. O algo más fuerte, si tenía. Tomó el teléfono para pedirlo al mayordomo, le habló con la típica actitud de confianza híbrida proferida a subalternos. Al colgar sonrió resignado, manifestando que si a Marcelo no le molestaba, iría a buscarlo él mismo, aduciendo que si lo esperaban tardaría una eternidad. Ahí quedó mi hermano, nervioso a la espera de ambos sujetos. Pasaron cinco minutos y se alarmó. A los siete, como aún no habían regresado, salió urgido al pasillo temiendo que algo anduviera mal. Preguntó a cuanta persona se cruzó por los hombres que hasta recién habían estado con él en esa oficina. Nadie los conocía. Ni con sus nombres completos pudo dar con ellos. No figuraban en la nómina de empleados, ni siquiera eran autoridades oficiales. Nos buscó alterado de incredulidad y desconcierto. Por más que rastrillaron la zona con agentes de Policía durante cinco horas, les fue imposible ubicar el paradero de esos tres individuos. Durante cinco meses, diariamente, Marcelo y Martín rondaron Casa de Gobierno infructuosamente, avergonzados de haber sido víctimas de tan perfecto cuento del tío. Ah… Hablando del tío. Al año siguiente, me enteré de que Carlos había puesto un supermercado enorme en Goya, Corrientes.
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Tío Carlos conocía al dedillo las leyes de la calle y nos las reveló desde el vamos, aunque no siempre las respetara; aun cuando al infringir algunas arriesgara su vida. El más joven de los tíos, tan cercano como un primo más, en cierto modo supliendo a nuestro padre, muerto cuando mis tres hermanos y yo éramos niños, empujaba su negocio mayorista de pollos. Arrancó como un simple empleado hasta crecer y transformarse en competencia de anteriores jefes, gracias a su innata pericia para subsistir en la jungla de cemento. Su táctica no era justamente la honestidad; porque para trepar, no alcanza con manejarse lícitamente; y trampear, o ser más rápido que otros, le divertía sobremanera. A veces, hasta nos refería detalles de la lucrativa maniobra diaria que, por derecha, hubiera llevado meses conseguir.
Al ser yo el mayor de los hermanos, quise inculcar a los más chicos buenos ejemplos, hasta donde pude; igual crecimos al influjo de tío Carlos.
No habíamos dejado de ser niños y ya trabajábamos para él. Cuando fuimos grandes, influí en mis hermanos persuadiéndolos de encarar un negocio entre los cuatro, al ver que Carlos obtenía ganancias desproporcionadas a las nuestras; no le gustó la idea, pero no le dejamos otra opción, en una movida digna del maestro que tuvimos; luego repartimos el negocio a la mitad: una para él, la otra para nosotros y desde entonces no tuvimos noticias suyas.
Ya por nuestra cuenta, no preví el vigor, el liderazgo y la falta de escrúpulos de Marcelo y Martín, los del medio, quienes tomaron las riendas del negocio sedientos de fortuna a cualquier precio, con el tío en un arraigado pedestal de modelo a imitar. Incluso creí advertir en ellos demasiada convergencia genética como para tener a mano evitar que siguieran sus pasos.
Para el noventa y cinco nos habíamos afianzado en el mercado provincial y emprendido una amplia red sumando Corrientes y Misiones a nuestra ruta, auxiliados por la facilidad crediticia de la época. Contactamos un masivo productor brasileño. Por diferencia cambiaria, triplicábamos ganancias sin faenar, solo revendiendo. Todo iba viento en popa. Ni tío Carlos hubiera soñado conseguir tamaña proyección comercial.
Durante un viaje al norte, me enteré de que cerraban Frigorífico Santa Clara, uno de los estatales más notables de la provincia. Dos parlamentarios encargados de ese establecimiento me citaron planteando abiertamente vendernos bajo cuerda, un portentoso lote de cajones de pollo existente en cámara a precio irrisorio. Hasta insistieron en mostrármelo mientras lo tasaban oralmente. Me dieron una tarjeta de presentación donde sus nombres y celulares eran amparados bajo la sagrada investidura del gobierno provincial. Solo teníamos una semana para decidirlo y dos para concretar el trueque, en Casa de Gobierno. Cuando les expuse la oferta, mis hermanos ni dudaron. Sus ojos inflados de codicia emulaban la imagen de Tío Carlos. Expuse mis reservas al respecto; olía mal que fuera tan barato, precisábamos calmarnos y pensar; confirmar que la mercadería no estuviese vencida, tomar los recaudos posibles, hasta el más mínimo cuidado parecía poco teniendo en cuenta semejante transacción. Cincuenta mil pesos por una cantidad vendible en tres meses, cuando menos, si nos proponíamos ampliar nuestra venta. Con ese monto se podían construir dos casas modestas, o comprar siete autos cero kilómetro. Debíamos andar con pie de plomo, sopesar hasta el último detalle. Pasaron tres días hasta tomar una decisión. No había cómo razonar con los dos del medio, intratables e irascibles de ansiedad por cerrar el trato; el más chico no decidía y sabiéndolo, ni opinaba. Yo me opuse firmemente, pero no había Cristo que los persuadiera. “Si no lo hacemos nosotros, lo hace otro”, decían. Salomónicamente acordamos que el riesgo y las ganancias serían solo de ellos dos. Eso los conformó y concluyó el debate.
Una semana después de hacer la oferta nos visitaron en nuestra empresa; mis hermanos los examinaron con ojo clínico buscando la quinta pata del gato, dispuestos a comprender el yeite escondido que los delatara. Ambos funcionarios se miraban y sonreían, mofándose de la inocultable desconfianza de esos comerciantes que pretendían estar a la altura del caso, pero a quienes su lenguaje corporal los probaba inexpertos. Martín y Marcelo se sintieron vergonzosamente muchacheados. Pusieron punto final a la negociación conciliando los últimos detalles. Los representantes oficiales recalcaron la confidencialidad del arreglo.
Anduvieron de aquí allá a las corridas, cobrando facturas, pidiendo entregas a cuenta a clientes de confianza, luego de exponerles brevemente la causa, quemando bienes conjuntos que los endeudó con nosotros dos. Por último, no les quedó otra alternativa que acudir a préstamos de parientes, amigos, y hasta de extraños.
El día fijado fuimos con tres térmicos a Casa de Gobierno para efectuar la operación. Nos aguardaban en la esquina posterior. Yo cuidaba los camiones. Marcelo y Martín entraron con ellos a una oficina situada en el entrepiso donde le presentaron a un tercer funcionario, superior de ambos, que saludó mostrándose ocupado y entró enseguida a una oficina contigua. Una vez que los cuatro rubricaron el contrato, uno de los agentes provinciales le sugirió a Martín que fuera ubicando los camiones a la vuelta de donde estaban, para trasvasar la carga. Martín fue hacia donde yo estaba y entre los dos trasladamos los tres mastodontes al sitio indicado maldiciendo el tránsito de la hora pico. Adentro, Marcelo recibía las órdenes de carga legalmente selladas. Luego, uno de los oficiales se excusó por un momento, llevando a que su jefe firme el contrato y cuente el dinero. Marcelo y el otro quedaron charlando de nimiedades a la espera del tercero. El otro ofreció a Marcelo algo de beber. Sí, un café estaría bien. O algo más fuerte, si tenía. Tomó el teléfono para pedirlo al mayordomo, le habló con la típica actitud de confianza híbrida proferida a subalternos. Al colgar sonrió resignado, manifestando que si a Marcelo no le molestaba, iría a buscarlo él mismo, aduciendo que si lo esperaban tardaría una eternidad. Ahí quedó mi hermano, nervioso a la espera de ambos sujetos. Pasaron cinco minutos y se alarmó. A los siete, como aún no habían regresado, salió urgido al pasillo temiendo que algo anduviera mal. Preguntó a cuanta persona se cruzó por los hombres que hasta recién habían estado con él en esa oficina. Nadie los conocía. Ni con sus nombres completos pudo dar con ellos. No figuraban en la nómina de empleados, ni siquiera eran autoridades oficiales. Nos buscó alterado de incredulidad y desconcierto. Por más que rastrillaron la zona con agentes de Policía durante cinco horas, les fue imposible ubicar el paradero de esos tres individuos. Durante cinco meses, diariamente, Marcelo y Martín rondaron Casa de Gobierno infructuosamente, avergonzados de haber sido víctimas de tan perfecto cuento del tío. Ah… Hablando del tío. Al año siguiente, me enteré de que Carlos había puesto un supermercado enorme en Goya, Corrientes.
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miércoles, 24 de febrero de 2010
silencio, insomnio
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de todas las costumbres del silencio
prefiero la rayana al rayo
la más andariega
esa que hincha las uñas en luna nueva
y nos crece las dulces pulgas
infinitamente
de las tan exquisitas pieles del insomnio
camino la que te ciñe la cintura
esta de algodón blanco
que espera en el primer cajón de arriba
incendiar voces absortas
de tu sopor
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collar viviente
.
/algunos manuscritos distraídos, handwritting a mano alzada/
---------------------------destraídos
---------------------------destruidos
.
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ave
era para olerte
para soldar mi gusto
a tus contornos
para dejar de respirar
de urdir
de arder
incertidumbres
/urdimbres de cierzo/
para parar este paréntesis
desbocado
entumecido
para desbocarse a labios y manos
mecido en ti
así no vale
tijeras y tinajas
tajos destejidos del ojal
un jabón sangriento huelemuslos
que al caminar te llama
: : : : :
mamífero
desflorar siete/trece versos
con impulso y saña
de atardecer
dormir despacio
esta media pesadilla
impune
batir (a)las con ganas
de que nos hagan levitar
por enésima vez
/se está nublando/
banco verde de plaza
indecibles contingentes
políglotas
falta tu idioma a media mañana
/y hay mucho viento… cada vez más/
las palomas rajan la superficie
sus zancas tres veces
graban en las gravas
historias con sonidos
que te estampillan
/ahora llueve, decididamente llueve/
miro fijo sin ver nada
soy esta estatua
debajo de la lluvia que la mancha
: : : : :
¡ay! /protozoo/
hay sol
bullicio
malas aves
y un desastre
de ojos vidriosos que no laten
hay luz
lirios que se estancan
en el encastre de ángulos míos entre tus valles
calles hay y olores vacíos
del reflejo añil que crece en las ancas
de los delirios que te revuelven con su dedo roto
y también hay
/hasta sobra, te diría/
un manojo de faltantes
que no aprendió a contar tus plumas
los dedos que escurren estas piernas
: : : : :
untittled /invertebrado/
sin que el aire nos deje su tristeza
colgada en los pómulos
nacer para eso
un enredo milimétrico de ansias
y olmos añosos
las raíces no olvidan
y siguen chupando la carne de la tierra
estos minerales binarios
una hoja sola que se suelta
el viento escolta al olvido
y vos vas a barrer fuera de tu patio
ya seca
dentro de algunos meses
: : : : :
untittled too /or 2/ ovíparo impar
antes que nadie bostece ropa:
remera vieja
para jarabes amargos
después que todos nos tiren ostras
y algún cardúmen
/vanamente hacinado/
nos salpique su espuma...
habré de despintar
el pasado de tus párpados
hoy con aire
con telones mañana
: : : : :
subacuático alado
sí, sí… hay algo que odio más
que a las despedidas:
la postergación de esta bienvenida
pero río y sopor/to
porque después vendrán enjambres...
aunque ahora mi índice derecho
por las sinuosidades del laberinto
en plena noche
binariamente
izquierda/derecha
hasta la barbarie de muñón pelado
: : : : :
crustáceo artrópodo asépalo
hago la fila anónima del tren letargo
Singapur - Bombay
/la palabra: extranjera en este reino/
nadie dice nada ni se adelanta ni desespera
y guardan distancia
el silencio es un carnaval paralelo
en blanco y negro
repetidas veces
nada más
una anciana alarga la lengua
y el insecto desaparece:
eso es lo más cercano a cualquier palabra
cuando llego al final de la fila
soy un desbande de iguanas
entre sombras y garras de un halcón
: : : : :
acelomado con deuterostomas
no tengo alas, pero...
este incienso sur
/nevado/
circundante a la ceguera
sin tacto firme... será escapar de la gravedad?
esos escarabajos
que ocluyen la garganta
hiervevenas... ovarán en tu cielo?
aquel fulgor alargado
que me acomete la frente
y la tuerce.... no será un olvido antimateria?
tanto aroma lila
cuentahistorias
a contracurva que inunda el pecho...
no será volar?
no será palpar las cumbres
de hiedra de aire
de nunca más?
podría ser
/cómodamente/
cada baldosa blanca
de esta plaza
agitamigas
que las palomas sacuden
y metabolizan en bólidos de sus alas
.
.
.
terapia de sueño
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.
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Besáme con todo el cuerpo, hasta con la mente, yo hago eso cuando ando haciendo equilibrio en una cornisa triste; te beso un millón de veces a la vez y de a poco voy alejándome del vacío que me pide estrellarme contra la solidez gris con un sacudón de pecho, hasta llegar nadando a yacer en tu boca, hasta quedar tan rojo como ese entorno;
Y brillo, brillo mucho.
Quedo suave, relajado y tu boca es un estanque perfumado. Después te dejo reposar en mi pecho y acaricio tus contornos, te abrazo para que te sientas anclada a algo, segura, confortable en un entorno que te hace falta.
Recorro tus hombros con todo el sigilo que requieren roces sin despertarte, y escucharte respirar en paz a mi lado es una música aún muchísimamente mejor que la de las proverbiales sirenas.
Y brillo, brillo mucho, de una manera prodigiosa.
Entonces me voy convirtiendo en tus raíces. Nos crecen desde las venas lianas blandas, legumbres lenguadas (leguas de luengas) que acarician y nutren la piel; la erizan, la mecen, la estremecen.
Somos una isla los dos en medio de la noche, un barco un poco, una maderita a la deriva que no teme ni duele ni se fragmenta; se deja llevar con una tranquilidad uliginosa por esa superficie que exhala lluvia y sal, y algo de aire plateado, difícil de explicar. Y así vamos por el útero de la noche a la deriva.
Nos dejamos lavar con la marcha las manchas del día, limpiamos el alma en ese viaje, y aunque no estemos copulando, es hacer el amor inmóviles, nada más amoldándonos a nosotros mismos.
Mis manos huelen tus bordes, tus flancos y soy suspiros, soy aire aire aire que intenta quedarse estático para no flotar y desvanecerse. Y cada tanto te movés, apenas dos centímetros la cara a un lado, un milímetro más entreabiertos los labios, algo tan sutil. Eso hace que un vaho de perfume se agite en mi dirección y las aletas de mi nariz se abran, mi lengua golpetee a los costados, arriba, abajo, en círculos para hacer rodar tu gusto en la caverna de mi boca, que al instante se puebla de faquires y diamantes, de anémonas y vaquitas de san antonio, de lentejuelas y pelusas, y rizomas de palabras y ventisca tibia.
Dos fulgores juntos en uno mismo, brillando aún bastante después de mucho.
Se empiezan a correr a sí mismos como una maratón interminable dentro de la boca: los líquenes y los elefantes, los san bernardos y las cigarras. Al final no se sabe bien si es una maratón bucal o un resumen del arca de Noé, al amparo de la lluvia de la corriente liquida que nos arrulla y nos disipa las manchas de la marcha del día, haciéndonos brillar muchamente mucho; un satélite del sol que flota mansamente al ritmo del agua que se lo lleva.
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martes, 23 de febrero de 2010
perlas /VIII/
perlas /IX/
perlas /V/
.
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será porque levita entre las lenguas más mojadas de la noche
y porque la corola de la orquídea tiembla
con el reptar rojo de una abeja sin ojos
cavidad vertical
que grita a sus papilas
un perfume viejo inédito
al mismo tiempo
allá arriba alguna voz escapa
y se queja cada tanto
besos para más tarde allá arriba
allá arriba
ella
eleva coreografías subterráneas
a templos y arcas
de la nuca
.
.
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perlas /I/
perlas /III/
en la plaza
viernes, 12 de febrero de 2010
a h o r a
.
.
.
ahora es el instante,
no hoy
ni mañana
a-----e
h-----s
o------
r-----y
a-----a
mismísima hora que se fragmenta en azotes de sol
a contraluz
este obnubilarse de aire fresco,
rumores de mar
indómito
es ahora mismo
cuando se sacude la sangre y la vida lo invade todo
eso:
la vida invade vados evadidos
de ayer
todo cambia
y seguimos dentro de la rueda como hamsters
pero sabemos que las jaulas son mentales
nada más estados del ánimo
periferias-estratos
ruedas-escalones
la vida acude
y el amor no mora solo en Roma
como las moscas
pican las alas olvidadas de la espalda
nos invitan a volar
dejarnos ser larvas un momento
para saber cómo sabe
tanto color
.
.
.
océano
.
.
.
cereza durando dura
al ritmo roto...
y un enchastre deuvagargantaadentro
vos cayéndote casi en otro océano
sentados en las gradas
viendo y viviendo mutación propia,
murmullos pares pueblan rincones
céfiros dedos multiplican las llamas
-----------------multiplacen
un estruendo de alas restañando las orejas
llueven perfumes
y no hay más paraguas
que tus piernas
tubas de tripa tiemblan
sismos de siglos atrás
la pared del fondo: coliseo tibio
con destino de cal, clavos,
caos, cataratas
a mi cala o a la cima...
una muerte que se desvive al revés
y a la vez patas arriba
los ojos no dan abasto en el escándalo
motín total de paraísos
con epicentro púbico
y vos caída, casi, en otro océano,
cerezas uvadas
una fruta entera
sin paraguas en las veredas
llenas de limo y también limadas
y de limas
que ayudan a las uvas a resbalarse/nos
truenan las tubas
nos tumban
tiemblan los tímpanos
y entonces, trinos
caídos para siempre en este océano
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martes, 9 de febrero de 2010
cuatro E
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es la noche
y soy de agua
o el agua me conjura en partes
en tres o cuatro botes que me sobrevivan
después de pitar sus despedidas y pies a tierra
es el agua
y soy barro aquí
forma química de aire y humus
con cataplasmas vegetales de recuerdos
asidos a los contornos de una cintura misteriosa
este barro somos
en sus espejos errados
migajas nómades y astillas
dentro: una pulsión que marcha
y busca y siente y quiere eso que huele
entre cauces vegetales
esperamos porque ayer el agua
porque la tierra respira, nos perfuma
algunos de sus retazos de eslabones esta noche
y porque alguna vez un fuego equidistante cierre el ciclo
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sábado, 6 de febrero de 2010
perlas /VII/
48, il morto che parla
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“Il morto che parla” dijo en voz alta casi sonriendo al despertar sola en su casa costera, ese jueves igual a un domingo como todos los días en Bajada Grande, aunque los domingos estivales no se pareciesen a sí mismos con el ruidoso gentío y sus juegos acuáticos. Un día más, pensó Ana Rey, sin saber que antes de la noche cuando fuera a abrir la puerta al llamado del timbre, sería único.
A los cuarenta y ocho estaba cansada, triste. Cansada de hipócrita rutina, salvo cuando escribía; y últimamente ni eso la calmaba, ya no podían esas horas de intimidad juntarla con todos sus pedazos, dejarla disfrutar de hacerlo. Al cansancio lo arrastraba la palpable seguridad de ya no poder estirar la farsa. Y la tristeza no era por el paso y el peso del tiempo.
Sin lavarse ni vestirse se levantó a preparar el mate. El borrador de lo que había decidido sería la última novela de la saga del investigador de su creación, era lo único que había sobre la mesa de la cocina, llamándola. Desvió su mirada a través de la ventana; la isla flotaba estática sobre el pardo líquido horizonte de mediodía que tendía fugaces redes de reciario sobre su lomo, cual escudos ante enemigos sutiles. Esos inquietos cardúmenes de plateados espejos mínimos horadaron sus retinas hasta llegar a su inconciente, de donde descolgaron la imagen del vestido que Ana usó en la presentación de su primera novela, “Il morto che parla”, a los treinta y seis años. Ya que su poesía había triunfado indómita a nivel nacional, pensó que era hora de mostrar algo de prosa, y esa célebre obra policial derivó en una serie de novelas traducidas a varios idiomas.
Como eje de la saga, Ana evitó el arquetípico detective en favor de Ángel Lesci, profesor de teología y vidente natural que renegaba de sus innatos dones y los escondía, a quien la autora ponía en ambientes donde debía usar sus empíricas habilidades. De a poco, dentro de Ana, el personaje creado con su psiquis y sus manos, se volvió persona. Lentamente empezó a vivir más en su mente y en sus sentimientos que en las novelas que ella escribía y él vivía. Tanto la apuesta estampa y el varonil aire itálico del traje de lino verde oliva, como el soberbio imán gris verdoso de la mirada coronando ese rostro inolvidable, que no habían surgido de una figura masculina real en la vida de la ella, sino de una azarosa y rápida descripción preliminar, coparon sus sensaciones diarias sin que lo notara.
Durante doce años la relación pasó por todas las etapas posibles en una pareja. En sus novelas, una por año, subyacía el pulso íntimo del período que atravesaban. Para la cuarta, Ana creía ver a Ángel por las calles, a veces pasaba horas buscándolo. Confundía transeúntes con el héroe de su pluma en esquinas o bares que la líbido insinuara algún sábado de noche; en sus fantasías Ana se entregaba a su etéreo amante. Los pocos hombres que entraron en su vida fueron vencidos por alguno de los atributos del irreal, con quien los comparaba y a la tercera o cuarta salida, descartaba.
Al sexto año decidió matarlo, tanto la había subyugado. Pero una razón u otra lo impedía. Los enardecidos editores lo defendían esgrimiendo sus razones comerciales ante el innecesario hecho. Él le rogaba persuasivas prórrogas, le soplaba al oído promesas firmes entre cortejos decentes o groserías carnales perfectamente aceptables en horas de lujuria. Le hacía el amor como nunca antes, superándose cada vez con gestos nuevos, renovando el romance hasta la extenuación. Al otro día Ana amanecía sola, intuitivamente palpaba la incipiente tibieza de la otra mitad del lecho y aceptaba como cierta su beligerante irrealidad.
Seis años más de obra anual durante los cuales se aisló por completo, ya que con muy pocos seguía en contacto. Sabía que el mundillo murmuraba sus historietas de locura y reía, aunque a veces dudaba si no serían ciertas. Nunca más pisó el Buenos Aires frecuente de ediciones, premios y entrevistas. Se quedó en Paraná, donde se concentraba en escribir sin recibir a nadie, excepto curiosos vecinos o algún nocturno y muy esporádico hombre. Seis años de ostracismo y lucha interna yendo a la fuerza por viejos caminos literarios, renunciados cuando la tácita boda con Ángel de su primera novela le absorbió todo el tiempo.
Sin saber cuando o como, tomó la decisión. Quizá nunca lo hizo, pero a poco de cumplir cuarenta y ocho años, (mientras ordenaba los borradores capítulos siempre expectantes en la mesa de la cocina de la decimotercera entrega, que asombrosamente una gran cantidad de lectores esperaba con ansiedad cada año alrededor del mundo y titularía igual que a la primera), notó imprevistas hojas sueltas intercaladas entre el trabajo de meses, que marcaban una súbita etapa poética. Al compaginarlas comprendió su sentido y la sorpresa de haberla producido sin querer. Eso provocó que los dos últimos capítulos de la novela, aun sin escribir, brotaran en su mente tan claros como si un añoso e insano velo se descorriera sin más esfuerzo que el de respirar. En ellos, Ángel, su legendario personaje, moriría apuñalado por un asesino serial.
Por la tarde se sentó a redactarlos con insólito brío, ansiosa, activa, de buen humor. Pensó que dejarlo morir le dolería más que eso. Anochecía cuando terminó y se fue a bañar. El timbre anunció la previsible visita de Marta, vecina de al lado.
Aunque los años habían apocado la varonil estampa, al abrir reconoció espantosamente inmóvil y sin dudas el soberbio imán gris verdoso de la mirada coronando ese rostro inolvidable que no había surgido de una figura masculina real sino de una azarosa y rápida descripción preliminar. Con pavor oyó: “no puedo permitir que lo hagas” y un desgarro como de cáscara de huevo en el pecho. Con el último aliento vio alejarse a Lesci bajo la estival tarde noche paranaense, ideal para ir a comer algo a la Costanera en familia.
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mamushka de sueñomos (sueños+gnomos)
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Anoche volví a hacerlo, después de casi dos años. No sé como decirte, fue una sensación horripilante, desesperante, de enorme ahogo… como si en algún punto del espacio intermedio el hilo se hubiera roto. Y cuando digo hilo me acuerdo, lo siento, lo palpo, lo lamo casi con frenesí, vuelvo a vivirlo ya restablecido del todo, en calma y con profundidad, intenso.
Pero anoche era un hilo marioneta. Uno de esos vínculos entre pescador y ser acuático que se manifiestan desde la alteridad de caña, de un lado, y desde la propia jeta rajada por anzuelos del otro. No sabría explicarlo, porque no era una relación desigual entre pescador y pescado. Era más bien como si de ambos lados los hilos terminaran en millones de ganchos ínfimos dulcemente incrustados en cada miembro, y luego un tirón, como una extirpación de pituitaria violenta y sin anestesia, un vacío palpitante en la contracurva superior del paladar. Un manchón negro en el pecho, a siete centímetros de profundidad, con límites desparejos y de tendones con sus hilillos desgarrados.
No sé si habrá sido la distancia, la sed emotiva, la atmósfera de la noche que pedía par, o una pesadilla malsana en plena vigilia. La verdad no sé. Sólo sé que estaba roto, suspendido.
Empezó a las nueve y media de tu lado de la noche, espontáneo, crudo, repentino. Miraba la luna y ecos laterales disonaban en todas direcciones. Después de bañarme salí a caminar porque no aguantaba que me entrara tanto aire puro, era la amplitud de garganta luego de la ablación. No sé cuánto duró, no sabría decirlo. Pero diría que cuatro horas seguro, como mínimo.
Flotaba dibujando arabescos en un remanso tibio y estancado en cuya superficie la luz de la luna también dibujaba a su antojo. Un desfile de días y de cosas y de gente, de verdad bastante indiferente, aunque de alguna manera tenían que ver con nosotros. Raro, no se deja explicar, como todo lo que nos pasa siempre: tan nítidamente claro que se nos hace inasible y las palabras naufragan cada vez que intentan acercarse al reino. Como si una marcha de incontables días detrás de un camino de hormigas nos ayudara a sitiar su fortaleza, cuando todo lo que hace es mostrarnos sólo algunas de sus puertas más externas. Así de indirecto, y por eso mismo más innegable, imposible de ser falsado.
No sé si andabas gris o lejana, apagada o apocada, triste o ida, en la cama o sentada en una vereda con la mirada perdida y la garganta cerrada. No sé si eras la isla, el agua, la canoa, el pescador, un hipocampo o ese mantel de cielo que aspiraba y empujaba contra el agua al mismo tiempo.
Cuando desperté lo recordé enseguida, no me había acostado boca abajo. Hacía casi dos años que no lo hacía. Entonces, entre las ganas y la duda, entre el sopor y un mareo, me quedé así, asido a los extremos de las sábanas para no caerme del pedazo de madera. Una boya suelta con un poco de hilo que colgaba sangrante y sus espasmos rojizos se diluían entre las fauces marrones del remanso, que sudaba copiosamente. Nada más quedaba esperar que los caprichos de la corriente me devolvieran a suelo firme en algún momento. El desfile funerario circundante sonaba a ramalazos tenues, y a dedos curtidos sobre el corazón desnudo. Un gnomo falaz que caminaba a los tumbos por un suelo fangoso que amenazaba mandar la balsa al fondo del estanque triste.
Todo volvió a la normalidad al amanecer, momento/proceso en que la luz disfraza cada contorno cierto con un manto definido, racional, firme, y exorciza cada duda en un chasquido. Medio ojo abrí nada más. Y un amague de sonrisa al ver que el gnomo asido a la madera eras vos en mi pecho, que sin querer me habías dejado un mechón de tu pelo en la boca, esos hilos...
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5 am
...pero ya desde las dos: sabés lo que fue despertar y no encontrarte? Errarte por minutos en la esquina, por milímetros de curvas infartantes a través de los cables imantados?
Ay, Shoe! Y quedarse, en vez de con tu integridad abismal absoluta, con las desquiciantes series salmón y lila que te ciñen el cuello como lo harían mis dedos, como lo hiciera mil veces con la mente, miles de versoveces, de veces besos, de verte verde venir viciosa a visitarme, a vaciarme de viles velos y buscar la tan arcana Hyspania de aquella última vez compartida en la esquina esta.
Sí Shoe, casi así, pero ya sabemos que las palabras naufragan en las afueras de los ecos más lejanos y sutilmente crepitantes del mar interno. Después de probar todas, una por una, más de una vez, dejé una de las salmón, la que besa con el gesto de decir secretos (Shoe6, pero quizá le hubiera quedado mejor llamarse: shoesix, shoesex, sexjuice, sexshoe)
Sabés qué?
Mirándola fijo un largo rato, el halo húmedo brillante transparente de tus labios se mueve un poco hacia los lados y de arriba abajo cada tanto; entreabren apenas una oscuridad interior que dura fracción de segundo, pero en un tiempo estirado hasta el sadomasoquismo, dejan adivinar un cosmos mullido y perfumado de paladar en las sienes, un crujir redondeado, un choque blando, blondo, blindado, al revés, blind blend bleeding; la oscuridad esa: embudo carcomiente, concomitante, invitación a perderse para siempre hasta que olviden su nombre las amígdalas.
Te decía que se mueven solos, que el halo brillante etéreo se espesa bastante lechosamente; que la mano que abriga el secreto ya no entra en foco y sin embargo es mucho más protagonista o arma o escafandra.
Sabías que a veces hablo con tus fotos? Fijate bien en el borde superior derecho, hacia la comisura, ese rincón arquitrabe vivo, sutil desmayo, fugaz y sediciosa invitación a la cal-miel. Ves como se van juntando, insidiosas en tu boca, las babas del viejo ajedrecista?
Y tener que salir a las tres de la mañana, para fumar y aire fresco y vuelta de página, un recreo. Un paréntesis perdido entre las solapas de la sedición. Pero no sólo salir, porque había que vestirse desde cero y garuaba; entonces la lluvia, gotitas mínimas, aliento frío antes que agua, gaseosa aún. Y los pasos trajeron las gaitas y las castañuelas alrededor del fuego que vela la vista de los alrededores, pisé tierra blanda y húmeda, olí el aire cargado con murmullos musicales musitados al oído.
Gaitas de viento y gluglú entre los huecos de las piedras, mientras caminaba. Me paré en medio de la división central de cemento de ambos cauces al llegar a la avenida (ves como parece un río de cemento? Es calle Almafuerte, con escamas que simulan agua y luces como de estrellas; podés verlo? Como trepa cuesta arriba y se curva a la derecha hacia el final? Las riberas son veredas y vidrieras, las canoas pasan a remos de caucho y circularmente iluminadas) y me sentí por un instante navegante; sonaba a mares lejanos y sedientos (una canoa se había hecho trizas contra otra por un error humano ante la luz roja de los ríos urbanos) olía a esta misma noche, pero más precisamente a la de hace dos sábados, cuando una hilera de calcio, como armadura, aparecía apretada por un abrazo rojo intenso, no tenso sino hasta su límite perfecto.
Quise devolverte la serie de besos, pero la tecnología también tiene sus fronteras, que se comprimen todavía más cuando uno la maltrata contra el suelo varias veces. Quise pagarte las monedas de oro que me dejaste en la base de la lengua to pay for this long trip…
Full long-ago trip in your eastern ship.
Pero como la electrónica fastidia, viste? ...te las mando en un basilisco bizco que quedó de guardia postal esta noche, entre los pétalos de la alive red orchyd; las vas a encontrar ayer en la quinta maceta de la planta alta, cuando por fin despiertes.
Ahora el agua alarga su vapor contra los vidrios, la mañana ya bosteza sus albores y entonces me estiro hasta el crac espinal. Tengo que irme un rato, también hay que ganarse la vida, no?
Habrás de levantarte hora y media tarde más tarde de lo apropiado; está bien; es sábado y la atmósfera destila vientos diferentes, más cansinos o liberados, algo como una tenue brisa festiva interior que no dura demasiado, solo lo suficiente como para olerla y dejarse sopapear a gusto por su guante de plumas y de seda a la vez.
Olor a infusión, a cenizas de sándalo y a cuadernos con vagos apuntes que quedarán esperando la vuelta de las horas ajustadas a la doxa, a lo ejecutivo, instrumental, obligaciones.
El recinto, en cambio, va insinuándose de a poco, tildado, colgado detrás de las murallas de la galería transparente que junta millones de gotitas nada más que para desarmar las figuras y tirarlas como millones de bolitas a este lado; se arma de a poco, casi como si afuera un cielo celeste fuera cargándose de coágulos de algodón, sutiles e irrefrenables. Con pedazos de avenida, corrientes de agua, con esos sonidos aéreos y las más lejanas imágenes que dactilan micropixeles destiladas por macropinceles, labios alados y ojos ecuestres; todo encerrado en la total y sencilla libertad de un circular índice derecho, para que lo conjures cada vez que te dé la gana, Princess Shoe on the rocks with diamonds...
Bye bye Shangai Baby, la de los ojitos chinos...
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perlas /II/
perlas /IV/
viernes, 5 de febrero de 2010
aires de hoguera
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hebra de aire
y dejar de ser
perderse
para dejarse ser
a fondo
foráneo, aéreo y suelto
suelto mis pies insanos
lavandas lavan mi cara
suelto entre aquelarres invisibles
donde amanezco perfume a fuego
cuando las puertas se muerden
muerte
danos tres estrenos
y esta flor:
bautismo reciente de rocío
peregrinaciones-aire
sabor-sopor
que ahora mismo
sangre y río
establos entreverados
a pluma y plomo
revés natalicio
acabanunca
muerte: despliéganos
entonces encerrados
salimos a levitar en el lomo
del basilisco
que liba de nuestra nuca
tenaces tuétanos
hebras de aire
a fondo
los estrenos
y después paisajes
pistas
posadas
pisadas
que barcos
un poco empañan...
tu ropa interior tirada
y una muerte
desdibujándonos
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jueves, 4 de febrero de 2010
Cierro el cielo
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y mientras nos amamos
te llamo los cuatro vientos
a luengas lenguas te lamo
crecido de viajes
en tu geografía
un zumbido del fragor de fraguas
se demora en rabiosos rebotes
y estira el fuego absorto
duendes redondos
van y vienen incansables
por túneles de tul
iracundos exhalan
su aliento en los oídos
vaivén de mareas tempestuosas
continentes abstrusos
y plenos
depende
para volver a imaginarte
y a sentirte...
muchos recorridos
iterativos
acalorados
labios sedientos...
se disparan de arriba abajo y al revés
sedes oscuras espesas
y una luz ansiosa las abraza...
esperando…
las sombras apenas
dibujan contornos
inquietos...
curvados salobres
bien rojos
jugando a ser descubiertos
oliendo ganas y saliva
una calma desesperación
que quema nos congela...
invita a ser... o a dejar hacer
la abanicás
con tus labios
la hacés dados en mi pecho..
dibujás volutas
en mis mal paridas paredes...
volvés
y me devolvés
al laberinto
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miércoles, 3 de febrero de 2010
luces
lunes, 1 de febrero de 2010
el mamarracho
“El mamarracho” como le decía Julia con sus siete inocentes años cada vez que entraba y se apuraba a taparlo con un trapo, dominaba despacho de su abuelo desde la cima del mueble de caoba que había pasado de un primogénito a otro durante seis generaciones en la familia, junto con esa criatura.
Un mamarracho que sin embargo parecía tener su mismo pelo pero trescientos años antes; “los únicos dos con pelo azabache entre los Schenfeld”, pensaba Julia. Encima ahora hasta el flequillo que se le había ocurrido dejarle a su madre. Miles de historias se tejían sobre esa esfinge entre asquerosa y simpática de casi medio metro de alto, mezcla de Alf y gallo viejo, de víbora acuática y lombriz enorme. De pequeños se acostumbraron a esa presencia magnética y a la vez espantosa.
De hecho tuvieron que sacarla del almacén y dejarla allí cansados de la constante cháchara de vecinos, si era de día, y los parroquianos noctámbulos, que no se aburrían de adjudicarle estigmas de mala suerte. De alguna manera se las arreglaban siempre para conectar muertes y catástrofes naturales a ese papagayo deforme y ajado. Las versiones de su origen eran un poblado abanico desde animal mitológico y con poderes mágicos, hasta broma de un tío abuelo lejano, taxidermista, demasiado dado al alcohol.
Pocos sabían –o se hacían los distraídos- que don Jaime se encerraba cada tanto allí, pero no pensaban que fuera nada raro… y menos que esa cosa tuviera algo que ver en los encierros que en el último año se multiplicaban, algunos opinaban que incluso extraños ruidos, y Don Jaime no era de hacerse notar donde anduviera.
En verano Julia madrugaba y buscaba a su abuelo en el despacho, charlaban o reían un buen rato, después lo acompañaba hasta su cama y ayudaba con el desayuno. Así siempre, todo el verano, menos ese martes cuando encontraron a Don Jaime lívido y duro, las manos llenas de pelo negro, el mamarracho enfrente y más allá Julia, inmóvil y eternamente muda, como si su lengua hubiera muerto con su abuelo.
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tres anguilas una
Si unas horas antes, en el programa, nos lo hubiera dicho, creo que este pájaro de reloj en pecho nunca se hubiera posado al filo del cristal para mirarnos pendular así y hacernos uno. La omisión de las palabras concretas funcionó a favor. Mucho después, cuando la calma aquietó el estanque vacío de bolsillos fértiles, las palabras llegaron: meticuloso hormiguero depredador de los requechos en este acuario disperso.
Hacía unos meses que entre vos y yo habían ovado plugs de conciertos, cables de ganas e imanes. Ella no podía saberlo; quizá tampoco haya planeado sus pies en estas aguas, algo así como líneas que convergen inconcientes o el destino, las escamas que van creciendo.
Recién era el segundo día de nuestro nado y entonces ella, que nos había citado por separado al programa: tu tono altamente femenino y mi contraste. Nos sorprendimos al saberlo el primer día de nado. Fueron entonces sus hilos? Creo que ni nos dimos cuenta; pero ahora que pienso bien, me acuerdo de tus ojos destilando algo de algas, y se te notaban efervescentes los breteles del sostén. Llevabas sostén? También... semejante calor.
Después el convite poco concurrido, copas, distensión. Chau, un placer la visita, gracias por venir, gusto en conocerte; todos los demças se fueron, y tal vez un silencio de pocos segundos, pero más sólido de la puerta de su casa hacia dentro. Desde que cerró con llave, ya todo sonó a vidrios de acuario, a burbujas, a mucha agua. Dos huéspedes foráneos, vos más que yo; nadie más que los tres y un silencio ramificado entre las copas, lianas etéreas desde todos lados; al codo, a las muñecas, de las copas a los labios ya sin marcha atrás. El rey silencio una jungla cruda y su dedo índice mínimamente pidiendo otra ronda.
Ella me abrazó agradecida de que hubiéramos ido (lo recuerdo patente: dijo "...que hubiéramos...", no "...que hubiera..." … entonces quizá sí hilos y los pies mojados) y un contento nuevo se trepó a las piernas del verde rey, tirado en el sofá. Te miré, sonreías detrás de su abrazo. Estiré el brazo izquierdo a tu sonrisa que al llegar fue beso, muy cerca, casi contra su cuello. Beso medusa, guerra de pulpos, anguilas orbitantes y mareadas, miradas de costado por ella luego de que su cuello se estirara y su respiración se pusiera tibia, acuosa, y miraran sus suspiros a nuestras anguilas, su aliento y tu anguila, porque la mía en tu cuello; anguila inquieta.
Ciento cuarenta, noventa y ocho, treinta y siete anguilas rasantes se comían el piso, la moquette, el sofá y el reloj que nos miraba desde el pecho del pájaro trepado al borde del vidrio. El pájaro cíclope, un águila ungulada, deidad de las anguilas subterráneas que conquistan cada túnel, cada superficie, resbalando entre frutas de una verdulería carnívora completa. Las hojas de los periódicos que nos envolvían se nos tatuaban para desdibujarse y al final un gris lamido, virado de golpe y a golpes, de espeso a rojo occipital, también disuelto (bastante luego) en el estanque.
Fueron saltando todos los tapones del estanque: tapón serrucho, tapones cima, tapón epílogo. Explosiones y el agua, que se iba de a poco por los desagües, las anguilas corcoveaban cornalitos y cerezas, tal vez globos cuneiformemente estirados en un entorno de goma. Saltos tortilla, festín de dorados al aire mientras bajaba el agua. No sabíamos de donde había salido semejante maraña de peces. Y el águila nos miraba, águila y anguilas. Cada tanto bajaba y se acercaba, algún arenque glup (y eso que esos pájaros no comen estos peces).
El águila crecía y se alimentaba en el medio metro a que finalmente se redujo el estanque. El pájaro montaña que nos convidó sus cumbres y sus garras. Después se fue y vimos colgado sólo su reloj de pecho increíblemente agotado, acogotándonos. Los ojos ya eran de a poco humanos nuevamente y el reloj un abismo inmenso diluyéndose, un paréntesis.
Al programa no lo recuerdo. Cuando lo pienso veo estirarse un nudo retráctil, enjabonado. En cambio al taxi… cada detalle. Y la mirada atónita que preguntaba dónde a las dos anguilas chorreantes que lo abordaban. Al hotel, para coser este estrépito de escamas que nos ha quedado y embolsar las cáscaras de tanta fruta. Anguilas abrazos bañarse y dormir.
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radiografía --------------------------------------------/al amigo Manuc, por "Las pérdidas torpes"/
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quizá sea esta luna, más esta noche
más alguna piedrita vieja
en el zapato
que ahora me reclama alpinismos tardíos
y para qué
me conformo con andar descalzo
hasta que la arena del tiempo
coma y cure cada ampolla
dejo aquí lo bueno, allá lo malo
y aprenderé a aprender
la siempre piedra
jugábamos al pan y queso sin saber jugarlo
ignorando que no éramos jugadores
sino que algo llamado destino
nos estaba jugando a algo
donde todos pierden
entonces prefiero
respirar hondo
sostener con cuidado
este instante
en las manos
y descalzo tirar la piedra
a esta noche
hasta la luna
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varios días
... hace varios días ya que la niña no aparece por ningún lado. Me he sonado la nariz en repetidas oportunidades y revisado minuciosamente, he olido (huelo) pimienta para estornudar y verla aparecer en un spray repentino, reviso cajones, estantes y rincones; sacudo los libros que están bien abajo, abro las puertas del placard para sorprenderla durmiendo en algún jean doblado... y nada.
No es que no la vea, el tema es que a veces el ojo material también necesita de saciedades, cosas como un caracol, una manzana, esos menesteres básicos. Como cuando pica una oreja y es vital mojarse el bolsillo del saco antes de acostarse a dormir, o hay que rezarle a la vida una canción antigua para que no la olviden; rotar repetidas veces los dedos de los pies en orden de que todo vaya confluyendo finalmente en ese puntito exacto que se parece a un ombligo, el botón de alerta naranja que agita el avispero marip/rosaico y nos hace lamernos los labios en un gestito entre divertido y nervioso con todo y dientes.
Y más de una vez ha sido despertarse con su gusto a pana, los dedos llenos con su tacto de vidrio blando, de ruidos curvos, de crema moka. Y casi siempre ha sido dormirse despierto. No así, así: cerrar los ojos para estar más atento que nunca, seguir con minucia de lado a lado ese enjambre de pelusas o insectos que pululan en el interregno acuoso, en la frontera apenas, esa, entre ver y no ver, como amebas indecisas pero exactas, como respuestas en un idioma fractal, inasible, morado.
Consejo: para examinar mejor esos bichitos pulposos multiformes, conviene cerrar los ojos de frente al sol y dejarlos que hagan sus piruetas acordes a la dirección de las pupilas, en seguida uno se desayuna que al final los ojos son una pecera ojo de gato, un estanque encerado para arquitecturas líquidas, además de portal perceptivo, fuente de lágrimas futuras, la válvula de escape del dolor, algo así.
Decía que no aparece por ningún sitio. Abro las ventanas y las puertas antes de que el cartero llegue y recite a capella su amanecer ensobrado; a veces veo sus rastros tenues. A veces un incierto desorden de papeles, la botella de agua en la mesa, un suave olor a almendras tibias; también un escozor en el cuello, en la espalda, unas huellas húmedas de horma treinta y seis en el piso que salen de la ducha y acaban en la ventana que da al este, previas piruetas que se mapean locamente de allá acá.
Sigue sin aparecer. Qué lástima che, y estas ganas de verla hacen su caminito de hormigas irregulares, a la vez tan parejitas entre el paladar y mi almohada, una convocatoria sinuosa del carpo anular al talón atenazado por dos ristras de premolares blanquísimos y brillantes... es ella. Acurrucada a los pies de la cama, contra el alféizar de la ventana, chupándome el dedo gordo del pie izquierdo con la mirada... y con una sonrisa que murmura varios párrafos por ahora postergables, porque no se entiende bien lo que pregunta o dice cuando está medio dormida...
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