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Desde la ventana la veo inclinada junto a las rosas
juntándolas lo más cerca que puede de la flor para no
pincharse los dedos. Con la otra mano las arranca,
hace una pausa y arranca otra, más sola en el mundo
de lo que pudiera imaginar. No quiere
alzar la vista, no ahora. Está sola
con las rosas y con otra cosa en que sólo yo puedo pensar,
pero no decir. Sé los nombres de esos rosales,
se los pusimos cuando nuestra reciente boda; Amor, Honor,
Cariño—
de este último es la rosa que me tiende de repente, después
de entrar en la casa entre dos miradas. La acerco
a la nariz, aspiro el aroma, me aferró a él —olor
de promesas, de tesoros. Mi mano en su cintura para
acercarla,
sus ojos verdes como el musgo del río. Y le digo entonces
enfrentándome a lo que se acerca: mi mujer. Lo diré
mientras pueda, mientras respire, con cada pétalo
de la rosa.
Raymond Carver
(Traducción: Mariano Antolín Rato, rescatado por Marcelo Leites)
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