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domingo, 17 de abril de 2011

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vista desde la entrada de la puerta de su casa

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de tormenta estática a cenizas azules de domingo, su fulgor oblicuo de tierra fina empolvando todo, luz engullendo ropa raída de fantasma, caídas la capa y la espada

azulismo perenne mientras su corona rueda, animal veloz frenado de golpe por un disparo, dibujado con lagunas metálicas, en los oídos, la desnudez del astro rey ya sin corona; la luz que nace le estampa una palidez impensada, imprecisa, legible en sus poros

delinear la densidad física del dolor colorido; tantear la firmeza, los contornos del color dolorido como un baile braille tardío y vago, ovar catarsis en las cúspides del ídolo

rugido sedente de la bestia, su olor a orín y a miedo, los ojos plastificados, inyectados de lava impenetrable para las balas; cada pistola huele a signo de pregunta, a puntos suspensivos, a lo que se escapa de las espumas del tiempo y nunca alcanza a gatillar

percutores ilógicos diseminando la maquinaria de lo irrefrenable cuesta abajo; un botón  elástico, trampa manual, pintura; sonidos a fantasía demorando los fulgores de una vagancia epidérmicamente pétrea

especie de oración increíble, a la vez incrédula para las señales del abismo, del martirio, del martillo percutor con olor a pólvora

bufido erizado del pelaje en el claro de la selva y una esquina oscura de esta pieza donde no está más que desde un encarcelamiento póstumo del escape: del borde bordó para allá

todos los temblores de vidrio y venas vacías de calma; la foto rápida, un tacto drástico, cincel del ojo a tinta roja: fotosíntesis que desarrolla sus ríos a través del tiempo, vueltos árboles en vano porque no alcanzan a palpar el viento que agita sus copas; y mientras cantan, del otro lado se llora

"no voy a comerme ningún viaje", dice la bestia entrando al claro del bosque donde miles de caños repiten la historia, los mitemas, las palabras, las oraciones, las ofrendas...

"no voy a comerme ningún...", piensa el bicéfalo bífido vitrificado, mientras sus plumas avisan que se han vuelto pelo, que las miras convergen; la voz del instinto segregando endorfinas que huelen a sangre y leche, a muerte tibia, a respiros entrecortados del cansancio...

"no voy a comerme...", reza la criatura apócrifa de tantas patas como culpas y libertades, caracol termita poca cosa, inmensidad rumiante tan nada, se frena en seco antes de pisar la rama que alerte a todos los ojos con gatillo listo

"no voy a..." y desanda los pasos como si se pudiera pisar el aire y que sus pezuñas no agiten la calma de la carpa interminable donde allá arriba, a lo alto, enormes, ingentes calores suspendidos con precisión de relojería, de tan lejanos, le llegan helados y mínimos titilar de diamante

"no voy..." mientras sus músculos ejecutan el mandato instintivo, tendones tirantes para encontrar un sendero que vadee la trampa; no camina como la primera criatura que intenta escapar de una emboscada triangular, ni siquiera como el primer ser animado que se yergue en cuatro patas: anda con la música de su corazón apretada, lanzada a fuego cual si fuera la primera que alguien vive en todo el cosmos, desde el big bang

"no..." y lo big se ha vuelto microscópico en su lengua afuera, y el resto negrura eterna, aire que se va después del ¡bang!

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2 comentarios:

Noelia Palma dijo...

con este texto le hiciste "bang" a mis ideas...

saludos!

Alejandro Cabrol dijo...

Gracias Noe! Que tengas un gran día.