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viernes, 8 de enero de 2010

Muñeca roja

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Corina ocupaba un dos ambientes en el tercer piso de un edificio céntrico mientras cursaba medicina. Al irse a Rosario mató dos pájaros de un tiro: construía su futuro y se alejaba de su familia.

De su padre tenía vagos recuerdos. Había muerto cuando ella tenía seis años. Eva, su madre, al haber decidido mudarse con Esteban cuando ella tenía doce, le había roto el corazón. Algo ya había presentido entonces. Dos años después sufriría la primera intrusión de las tantas que seguirían. Se cansó de darle indicios a Eva. Nunca se lo dijo porque ella no le hubiera creído. Al acabar la secundaria le habló para que lo convenciera. A él no le quedó otra salida que aceptar la propuesta, por la carrera de la nena.

Ahí podía ser ella, manejar tiempo y espacio con plena fruición, y de a poco, ir dejando atrás tanta mierda. Casi ni volvían las penosas pesadillas.

Evitó ir a su pueblo para el receso invernal. No previó que Esteban se aparecería sin avisar, un viernes al anochecer, con diabólicas sonrisas de venganza, dos cervezas heladas y ganas de poner el marcador en cero. Fue la más atónita de su propia frialdad. Sin resistirse, se las arregló para diluir en la bebida pastillas fáciles de conseguir en los boliches, falsas respuestas provisoriamente liberadoras. Mientras le servía, hasta se atrevió a sugerir innecesaria la incómoda protección de látex que atenuaba el placer.

La mezcla de líquidos, químicos y dos rounds seguidos lo adormiló mareado en el sofá cama, entre exiguos lujos de los que se sentía dueño, ya que los había pagado, aunque que entre esos derechos no figurara el que acababa de ejercer.

Viciada y vacilante, fumaba en el balcón llevando a pecho turbias ideas. Ni las pastillas con el alcohol y el tabaco juntos podían sustraerla del asqueroso olor a húmeda suciedad dérmica, que además de endurecerla por dentro, sumada a los recuerdos, le provocaba accesos de náusea con la mirada perdida hacia abajo. Que se la arreglara para explicar todo aquello. Una vez enfocada en lo gris, esbozó una agria sonrisa buscando besar el plomizo asfalto que fue cielo y solución y final… O principio de algo más puro, de algo que desertaba esa patética muñeca informe, a oleadas teñida luego de rojo por las luces de las sirenas que llegaban.
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2 comentarios:

Makeda dijo...

Ayy!!!....me gusto!...sigo pensandolo...

Alejandro Cabrol dijo...

Suicidio causdo por el hastío y el acoso psicológico... que él explique ahora toda la escena!