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domingo, 31 de enero de 2010

Mono-logueado en 3d (a dos manos!) CADÁVER EXQUISITO entre Elsa Gillari y Alejandro Cabrol





Interpretación digital sobre obra de Stuart Weston - (elsa gillari)



un desorden de pelo,
ramalazos de sonrisas
y curvas y diagonales
entre las calles insulares de los pulpos

devorando féminas a su encuentro
que no quieren ser devoradas, solo están aburridas
lésbicas caricias entre nalgas regodean
los minutos que se pasan por delante
desorbitando flujos en empedrados
la piel, lerdos efluvios nombran calles de arrabal
que lloran tangos y milongas
taconeos de un ayer
que serpentean mil futuros

en la internet
la red, venas virtuales
bit y bites como espejos alternos
windows abasteciendo cyber sex
pululan las web-cam
onanismo indirecto, imperfecto, impoluto
retrógrado y andrógino
atávicos deseos de subsuelos humanos
en vez de plenitud, de alas, de oler las miradas
autocaricias insatisfechas faltante del otro
una exasperante falta de saciedad propia
devorando un monitor gélido de manos ausentes

y después de los efímeros delirios:
amistad o indiferencia?
amor virtual...
caricias imaginadas por sangre ardiente inexistente
otra forma de comida chatarra para el cuore
otro abismo al revés, sutiles trampas
que intoxican el alma
pervierten los sentidos finamente creados

tedio en vez de remedio...
pero que más hacer con el sucio tiempo?
atemporales son todos, nada cierto se miente
se refugian en sus miserias
escondidos en baúles polvorientos
la red: ¡gran invento!

laberinto virtual donde se vengan del desamor
y vuelven a desatinar el camino verdadero
creyendo (ellos)
descreyendo (nos)

psico-pc ultimo modelo sofisticada generación
de inaudibles gemidos auténticos
motorcico, hocico roto made in malaysia
espejitos de colores SXXI
y DVD toda una suit
un importante jeque
propietario de mujeres internacionales
solo nos falta el plug en la nuca para ser Neo
un jaque al jeque!

amarillas ébano, níveas
y en el falo cableado telefónico
wi fi genital, sutil encierro





Elsa Gillari y Alejandro Cabrol
*todos los derechos reservados


..................................



El “cadavre exquis" nace con el surrealismo. Es una técnica de escritura en la cuál se ensamblan un conjunto de palabras o imágenes. Se juega entre dos o más personas que dibujan o escriben una secuencia compositiva en forma individual. Cada persona sólo puede ver lo que escribió el jugador anterior. Se combinan así ideas agregando elementos que componen una idea única elaborando un texto que no necesariamente debe ser sobre la realidad ya que el inconsciente cumple un rol importante

panóptico




.
.
.
he caído de nuevo en los dominios
que llenan de arena de oro
mis tobillos

policromías pancrónicas
parecen pasearse
por palabras propuestas
para puertos,
parafinas, portapulpos, plumas pendulantes
preciosos premios

así y todo,
un cardumen se obstina en habitarte cada tanto
aquí y allá

algún árbol que silba tus sendas
se inclina a saludar la tarde
moribunda

sonidos sacros, señales

peces que se espejan en las retamas
de anteayer...
o son miradas del mañana?

quién podrá saberlo...
mientras tanto huelo el aire
y un ondular vibrante
suele susurrar secretos sempiternos
a la sombra de los cedros

se va muriendo esta tarde
y no tiene quien la entierre,
ninguna autopsia,
nadie encuentra el cementerio
de los elefantes

.
.
.

sábado, 30 de enero de 2010

azul 5 /de la serie "daguerrotipos desde adentro"/




.
.
.
fundir el cosmos desigual
entre los dedos
negros de savia
y con esa miel tejer
telas sutiles

horadar sin dolor
el verdor velado
donde anidan lerdas muertes
de cadencias recientes
que adornan los ojos
almidonados
con chispas jamás voladas
mientras la noche nos sopla
sus fabulosas maquetas
entre esta luz apagada
y un zapato que se cae al piso

.
.
.

viernes, 29 de enero de 2010

minutos




.
.
.
hay minutos que suelen
salirse del cielo
espejuelos
azulejos
miles de lingas cada chispa
cada una
una mano abierta
del cielo al suelo

… y después palomas…

jaurías picudas
sedientos plumajes
asedios del tedio que cabe
-y tal vez no acabe-
en los lagrimales

las suelas del cielo
que expiran y explotan
pero sobre todo esperan
su vuelo perpetuo
de un minuto
en la arena del silencio
.
.
.

albor




.
.
.
este albor
itinerario incinerante
cuando cúpulas copulan
púas infinitesimales

un albor de árboles

sus tenues torrentes
laten ramas redondamente
que nos abrasan
....................z..

auscultar
fragmentar
diseccionar
cada verso para vos
y tenderlos en el aire

a fibra y olfato
segarnos sin saña
ni apuro
ni espera
ni demora
y desnudos de voces
palpitar lo verdadero

albores
desangrar
cada verso en vos
y tenderse al viento
.
.
.

domingo, 24 de enero de 2010

escuadra alada (army on me)




.
.
.
basta un par de oblicuos ecos
de aquellas púdicas alas
algodón e incienso
.
hasta apenas una pluma basta
para dejar en la frente
el mapa intenso
.
dilata sus ciclópeas naves
la armada celeste de la tarde
sobrevuelan el ecuador
disparan
y dispersan paraísos en la cara
.
.
.

voilà



.
.
.
.
.
.
.
.
ataviada de eternidad
aras de sonrisas tristes, así
y un mutismo curvo azul alado
pegado a las lágrimas inenarrables
que jamás liberaremos, porque son el alma
el alba, las borrascas, una espera entre palabras
-------------------------- o las palabras que esperan
viento a favor
para seguir
volando
.
.
.

mi amor...





.
.
.
un jueves rojo
de golosinas
agua campanas murmullos
faros que limpian
por dentro
.
este candy jueves
de los labios hasta el fondo
por pasillos de una tarde
hasta que la piel nos vocifere
sus obtusos secretos
.
.
.

miércoles, 20 de enero de 2010

guindas y espasmos




.
.
.

la tarde olvidó sus dedos
en la espalda de esta noche,
estela que surca el cielo

susurro de grillos, donde
mil preguntas pregnantes prendo
y el negro abismo responde:
“rotundos silencios
repletos de labios”

descansa lo e(x)terno,
las formas se esconden
tan hondo dentro

intuyo los bordes
del sol de este sueño,
sus sombras recreo, aromas de monte
tan sutil y extenso
de guindas y espasmos

.
.
.

escribir

.
.
.
arrinconarse con tabaco y yerba mate
suficientes
atinar aquel aleph
-este soplado vestigio luminoso-
y raro y lerdo y quemarse
.
encerrarse,
que el pelo crezca hasta el piso
un envejecer de ojeras a gusto amargo
.
y salir ya viejo y arruinado
con los mismos ojos encendidos
del principio
con todo al hombro
terminado
.
en arcones de páginas
.
suerte de trampa que cace vivas
a las tórtolas palabras
-la andanada entera que haya transitado el alma-
.
paraísos perdidos
y el mismísimo infierno,
un abrazo a la gente que vale la pena
y un espeso glorioso sagrado escupitajo
en la cara de los imbéciles
.
en algún rincón
burdamente crucial
del planeta
.
aturdirse de silencios absolutos
y lamer pies de papel
de nueve musas
.
desgarrarse por dentro sin que gota alguna sangre
ser feliz con nada más
que aire
.
romperse hasta lo indecible
reírse de lo impensado
y dejar que el viento
arrastre las cenizas
al hueco adecuado
.
.
.

DE

.
.
.
dónde dejaste derramados
débiles dobles destinos?

de dónde destejés duendes dormidos?

decime dulces destierros desde dentro
después de deslibarnos
danza y diente

entretanto, entregás especies enteras,
elaborás elementos espaciales en el este,
exiguos estupores estivales
en estantes esperan
endosarse en esas esquirlas extrañas
------------- en el éter
elucubrar el enésimo erigirse
en el edicto estéril
espeluznante

.
.
.

¿Respuestas?

.
.
.


.
.
.

Después de tanto andar por tantos lados
buscando enloquecido entre la bruma
la pócima vital que Moctezuma
soñara en su primer ritual sagrado,

sé que no hay preciso resultado
a esta anti aritmética suma;
ni frase, ni mensaje que resuma
(pues las musas no atienden los feriados)

la solución feliz para la vida.
El amor, la pasión, gente querida,
puedan darte, quizá, claros motivos

a las zozobras propias de estar vivo.
No existe el secreto definitivo:
cada uno reacciona en su medida.

.
.
.

domingo, 17 de enero de 2010

Avíos




.
.
.
en tu nombre mojar mi pan-cromosomas
y que saques de tu pecho
el punzón gelatina de mis rodillas

sernos merlot y velas en invierno
agua fresca en las muñecas del amanecer
otra mirada más húmeda que ésta
y llevarse las imágenes
como avío

una caricia criminal
y la flor eterna oler
para no olvidar…

y para ensayar el rompecabezas
de mi adn
he estirado tiempo
ovillado en tu piel
con microscopios de olfato

las insulares marismas
han venido luego
a gritarlo todo
.
.

L l u v i a



.
.
.
súbese a besos
sobrados de saliva
tu reino lluvioso
por patios molares
de terrazas postergadas
.
más allá:
vidrios picados a gotas,
bromas de luz
que apenas habilita algunos haces
por las rendijas relegadas de esta tarde
.
más acá:
susurros precarios
piden permiso entre las rodillas
o ponen su grito en cielos de suelo mullido
.
lleva la lluvia
collares traslúcidos
a los cuellos rojos,
y sinuosos mapas al aire par
como ramitas de ruda o de frutillas

llueve, vos y yo,
poco importan las puertas
todo nos es cosas muertas
o flores secas
de la lluvia para allá
.
.
.

viernes, 15 de enero de 2010

Knock turno




*
*
*

este silencio cegador
de madrugada
sangre negra que me envenena la lengua

un paseo de dedos
por tu espalda
sin despertarte

dejar abiertas las ventanas
oler la noche
y sorprender ahí restos de tu sexo

indefensa a mi derecha
tu piel habita el limbo festejado
y frágil y desmedido y demasiado

*
*
*

miércoles, 13 de enero de 2010

Blanco




.
.
.
mirar de frente, llenarse,

respirar tan hondo que duela

y cerrar los ojos plenos

.

tanto

voy

por

los

abismos

que me quedo

suspendido, mareado

pastosa la lengua de tu censo

piel tirante de venas, de vinos en vano

una borrachera de iconicidades sinusoidales me prestan

los brazos de una muerte segura lerda y breve tras los párpados

.

hasta mañana

que no puedas dormir...

.

igual que yo
.
.
.

martes, 12 de enero de 2010

1782 (25/05/09)




.
.
.
una puerta me despierta
tan tarde
que es temprano de nuevo
.
abanicos insidiosos rescatados de octubre
llorados de luz
alguna vez serán horadados
.
el vidrio se empaña con las palabras
fugaces y fugadas
fundantes
(fundas de diamante)
.
se empeñan las palabras vidriosas
en carcomerse
/me
/nos
.
alertas
distantes
y nunca llego
.
.
.

1780 (24/05/09)




.
.
.
hay una esfera azul
incandescente
entre tus manos
tus ojos
no se ven
.
la dejas caer
.
(siglos en llegar al piso)
.
el impacto trasunta
las esquirlas
en millones de hormigas voladoras
que a su vez
mutan en otros seres al rozar algo
.
después se reúnen de golpe
obedeciendo mudos mandatos
y un secular bedel de la puerta cero

(creo que dice llamarse Urigh...
pero no se oye)

suspende a la altura de su frente
una luminosidad confusa
que me despierta de tu cintura
.
.
.

sábado, 9 de enero de 2010

Poemarrados

.
.
.
mojada y desnuda, como ida
va por en medio de los negros escribas de cartón
de antaño
.
sus levitas sudan, brillan sordas flamas sus botones
.
claro
después de todo ha dejado los dedos de sus pies cavos
grabados en las gravas de las orillas añosas
apenas dos segundos
.
su perfume
(perfecto perro)
lo borra todo de un soplido
nada más que para privar
a la vista del mensaje
.
ella es así, nunca para
costumbre de continuo atardecer en su aliento
peregrino
.
tuvieron que guardarse
plumas y tinta
otra vez
.
jaulas insuficientes
para tanto
encanto
.
.
.

Hormigueo

.
.
.
hormigas mínimas caminan
mis venas,
donde repta tu nombre
entre sonrisas y hay luz esparcida
a cuatro vientos
.
.
.
repica el sueño de anoche un par de veces,
ronda tu garganta y anida ondulado
en las mariposas del volcán,
ciudad capital:
tu ombligo
.
.
.
tu sabor de fruta
y un aroma a almendras
me empapelan perennes
palabras
en podios del paladar
.
.
.
me tiendo entonces
a entonar
tremendos truenos
metiendo la lengua entera hasta la garganta
del silencio que me inunda por tenerte enfrente
.
.
.

viernes, 8 de enero de 2010

Blanco y negro (Leyenda urbana)

.
.
.
Cuando era chico me la pasaba fichando de reojo el paso de Soraya Bande, nieta del dueño de la tienda de la otra cuadra; llamativa morocha de mi edad con ojos miel que había prendido su foto con alfileres detrás de mi frente, a quien procuraba acercarme con burdos pretextos. El problema era que los rigurosos planes que pergeñaba con enorme antelación se disipaban en el instante mismo en que ella entraba en mi campo visual y eran suplidos por rebeldes temblequeos.

De tarde, esperaba a las seis el desfile del portentoso regreso de su impecable delantal por la vereda de enfrente y los domingos fijaba cada detalle de su atuendo para repasarlos la semana siguiente. En fiestas donde nos veíamos creí advertir algo en su mirada; quizá imaginación mía. A los quince vivimos un idilio que nos hinchaba el pecho, en el que apenas hubo tiempo para censos de tacto y olfato. El miedo multiplicaba estrenos de labios insuficientes para albergar tanto gusto entre zaguanes tardíos.

Debí mudarme de repente a otra provincia. Doce años pasaron hasta que volví. A poco de regresar fui a un baile. Junaba el lugar cuando una silueta ocupó mi atención. No la había enfocado todavía y un escalofrío de nostalgia aceleró mi pulso. Me acerqué a ver si era Soraya, tardó unos segundos, rió como antes y dijo mi nombre como solo ella podía.

Tomamos algo y a la hora de irnos la acompañé por la noche serena, ideal para tamaño reencuentro. Como aún vivía con sus padres, calculé que todavía era soltera. Al sentir la madrugada fresca me quité el saco y la abrigué, gesto que agradeció. Hicimos el último trecho entre instintivas sonrisas, medias palabras y más locuaces miradas. Nos despedimos como antes, obviando los primeros pasos de la danza del cortejo, cuando no se sabe si se pisa sobre firme, con la alegre confianza de pudor ya vencido en una antigua relación.

Dichoso por la suerte de verla sin haberlo buscado, pensaba en el destino y tuve frío; se había llevado el saco. Buena excusa para volver a verla. Desperté sin peso, lleno de fácil felicidad adolescente. Mi hermano tomaba mate antes de ir a trabajar. Amargos mediante le comenté que había estado con la turca Bande en el boliche. ¿Myriam? No, Soraya. Por toda respuesta, rió a carcajadas mientras juntaba sus cosas. Todavía se reía cuando traspuso la puerta y estoy seguro que el ronco bufido diesel del De Soto escondía de mis sentidos su risa todavía.

Salí al barrio y llegué a su casa sin querer. Una vieja desgreñada y de mal humor me azotó la puerta en la cara al preguntar por ella. Quedé tan desconcertado, que un anciano me preguntó si me sentía bien. Le conté. Dijo que era absurdo porque había muerto hacía un año. Describió su tumba para que lo comprobara en persona. Poseído, corrí al cementerio. Traspasé veredas, rejas y pasillos sintiéndome un lunático. Abordé sin aliento el lugar preciso. Antes de leer su nombre, vi mi saco abrigando su sonriente retrato en blanco y negro.
.
.
.

Danza de las plumas de agua

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.
.
…todo era un poco así, y cada tanto algún ladrido de perro perdido a lo lejos en la noche serena. Ir caminando por un patio colonial desconocido pero familiar al mismo tiempo, asomarse al aljibe, y en lugar de un mirarse al espejo de agua mansa, ver las estrellas como un cardumen de diamantes inquietos arremolinarse parsimoniosos para irse cóncavos por un sumidero enorme, como haberse lavado la cara en una fuente al revés y negra. ¿Era agua o cielo? Lo mismo, parecía adrede; pero de un momento a otro creía ver más allá del agua. Donde hubo barro había ahora piedras coloridas con algo de cantarinas, no sabía bien por qué; y allá, bien abajo, algo que bien podía ser espesa sangre oscurecida por el torrente subyacente y multiplicado entre las napas. Entonces le pareció verla nadar en la napa contigua, alegre, única, dispuesta. Le sonrió apenas mientras se miraban y fue un diálogo atávico lleno de coincidencias y proximidades, de tibiezas y ternuras y entendimientos. Se dejó guiar de la mano y sin contacto a la vez, engrosar juntos el dócil caudal del paseo durante algún tiempo que pareció milenario; brotar de una bomba como cascada en miniatura; gotear del brocal fuera del cántaro empuñado por una niña de campo; vaporizarse y volar arriba con el calor dorado de la comarca; congelarse luego a la altura de las islas níveas diseminadas en lo celeste. Se dejó arrastrar por caricias ventosas que arrostraba alegre, con dulzura y pertinacia; se dejó llevar con ella, que se dejaba llevar por los sistemas naturales. Una noche llovieron en una acequia aledaña al pozo en que, sin saberlo, se había ido a mirar solo para verla y cederse juntos, juntos a los caprichos líquidos y telúricos de aquella melga del trigal, que en la caída (más un grato flotar) se veía como un diamante dorado sobre el que iba una flota interminable de fertilidad y olor a azufre, a tierra mojada, a cosecha de pan tibio y vida en familia. Fueron desgranados ambos en la molienda y también juntos entraron al horno. Se tostaron allí como al sol, pero sobre lenguas de maderos al rojo vivo que restallaban furiosos, y también eran un poco de agua, igual que ellos; luego livianas migas en picos ligeros y palpitantes hacia estridentes nidos de horquetas estratégicas; por último plumones que el viento empujó como testigos de esas noches de patios coloniales y aquel aljibe estival, todo casi siempre un poco así, y cada tanto algún ladrido de perro perdido a lo lejos en la noche serena...
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Mamá muñeca

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María mira desde la cocina a su -ya ajena- niña, alzada apenas algunos centímetros del piso, declamar retos con su infantil tono gracioso. Su tamaño parece triplicar el fingido enojo para con su muñeca, a quien recrimina con un encono, que es más caricias, no tomar la sopa con fideos antes de que se enfríe, luego de la obsoleta amenaza de mandarla a la cama sin postre. Los trastos plásticos suenan a mundo en reciente pero constante formación, mientras sus ademanes en el aire desnudan una realidad de mentira, innata capacidad que desgraciadamente perdemos con el tiempo y revelan en el niño un poderoso reino sin final ni reglas tridimensionales.

Después se fija en la muñeca retada; María piensa que es un poco como su hija: ese vestidito impecable, un collar de falsas perlas, el pelo tan brillante como otra fantasía, casi propia.

La niña sofrena el reproche, mira de cerca a su bebé muñeca, le sonríe, la toma en su regazo y la arrulla hasta que se duerme. Se levanta con el mayor cuidado de no despertarla y corre a los brazos de su madre, ignorando haber sido otra durante el último rato de rol materno.

Sacude en el aire a su hija, le da vueltas de casera calesita, oliendo su cuello, su cabeza, andando un territorio que a menudo esconden los relojes y las insensatas obligaciones que obedecemos, de la misma manera que los elefantes olvidan la incapacidad física del hierro de seguir atando su cuello de la soga al piso, dentro de la carpa circense. Con ilógico asombro se redescubre aun niña en la sonrisa propia; y se le ocurre pensar si no será también ella misma aquella muñeca, aprendiendo el indoctrinable oficio de ser madre.
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Muñeca roja

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Corina ocupaba un dos ambientes en el tercer piso de un edificio céntrico mientras cursaba medicina. Al irse a Rosario mató dos pájaros de un tiro: construía su futuro y se alejaba de su familia.

De su padre tenía vagos recuerdos. Había muerto cuando ella tenía seis años. Eva, su madre, al haber decidido mudarse con Esteban cuando ella tenía doce, le había roto el corazón. Algo ya había presentido entonces. Dos años después sufriría la primera intrusión de las tantas que seguirían. Se cansó de darle indicios a Eva. Nunca se lo dijo porque ella no le hubiera creído. Al acabar la secundaria le habló para que lo convenciera. A él no le quedó otra salida que aceptar la propuesta, por la carrera de la nena.

Ahí podía ser ella, manejar tiempo y espacio con plena fruición, y de a poco, ir dejando atrás tanta mierda. Casi ni volvían las penosas pesadillas.

Evitó ir a su pueblo para el receso invernal. No previó que Esteban se aparecería sin avisar, un viernes al anochecer, con diabólicas sonrisas de venganza, dos cervezas heladas y ganas de poner el marcador en cero. Fue la más atónita de su propia frialdad. Sin resistirse, se las arregló para diluir en la bebida pastillas fáciles de conseguir en los boliches, falsas respuestas provisoriamente liberadoras. Mientras le servía, hasta se atrevió a sugerir innecesaria la incómoda protección de látex que atenuaba el placer.

La mezcla de líquidos, químicos y dos rounds seguidos lo adormiló mareado en el sofá cama, entre exiguos lujos de los que se sentía dueño, ya que los había pagado, aunque que entre esos derechos no figurara el que acababa de ejercer.

Viciada y vacilante, fumaba en el balcón llevando a pecho turbias ideas. Ni las pastillas con el alcohol y el tabaco juntos podían sustraerla del asqueroso olor a húmeda suciedad dérmica, que además de endurecerla por dentro, sumada a los recuerdos, le provocaba accesos de náusea con la mirada perdida hacia abajo. Que se la arreglara para explicar todo aquello. Una vez enfocada en lo gris, esbozó una agria sonrisa buscando besar el plomizo asfalto que fue cielo y solución y final… O principio de algo más puro, de algo que desertaba esa patética muñeca informe, a oleadas teñida luego de rojo por las luces de las sirenas que llegaban.
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Límite de montaña

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El encargado vino a buscarme a la orden del plazo irrevocable. Como nunca me miró, no pude distinguir su rostro y aunque fuese previsible, me pareció lúgubre que vistiera de negro y ni siquiera se dignase a dirigirme la palabra. Es extraño saber desde el primero que éste día llegará y que al suceder, sorprenda.

Absorto por mi propio letargo no hubo tiempo para nada; la sorpresa de lo inesperado abarcó todo cuando su oscuridad me indicó seguirle. Mientras, pensaba que uno planea demasiado, concierta inciertas citas… nos vemos che… el mes próximo viajo a visitarte... listo, la semana que viene te llamo y arreglamos… y bajo la óptica de este instante esa actitud reviste una indiscutible indolencia o, como mínimo, extrema desconsideración para con nuestra propia finitud. Entonces, sabía lo que debía hacer sin que lo manifestase explícitamente, como si hubiera un código previo entre ambos.

Ignoro cómo fuimos de mi casa, de donde me buscó, a una bucólica loma húmeda donde amanecía. Subimos una colina de recuerdos de a ratos escarpada, a veces llana; el piso de la cuesta alternaba entre césped cual mullida alfombra, e incisivas piedras volcánicas que por poco no impedían avanzar. El descenso, en cambio, fue más parejo, más cómodo, con variados paisajes de amplios panoramas, como sospechaba.

Al ocaso, el fin del tránsito por esa montaña fue abrupto y súbito. La marcha toda cupo en un parpadeo y me devolvió a mi cuarto con una clara impresión de deja vù… y la casi seguridad de nunca haberlo abandonado. Al mismo tiempo, al margen de mi voluntad, estaban los rostros y la presencia de seres esenciales en mi camino, hasta ahora sin poder captar si en señal de recibimiento o despedida.

Y la sombra me enfrentó de lleno, mis manos tomaron mi cara, con el mismo gesto la arrancaron y se la dieron como si fuese un trapo sucio mal almidonado, una apócrifa careta carente ya de propósitos. Antes de ocupar este inerte vacío en el silencio, lo vi guardar sin cuidado entre sus ropas los harapos que otrora fuesen mis facciones, inaugurando la disgregación gradual de mi existencia, que se borrará del todo cuando el último que guarde memorias de mí, también deje para siempre esta montaña.
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V. M. M. (véme M)

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Miguel salió de casa como se había ido antes varias veces, hastiado, resuelto a no volver. Con el bolso al hombro hacia la comisaría, pensaba que los turnos de doce por veinticuatro le darían aire para razonar, pero en rigor solo eran una inconsciente sucesión de prórrogas, una refleja defensa interna contra las frecuentes amenazas de inminente soledad.

Llevaba seis años con Valeria. Los últimos meses habían sido ríspidos, como si se hubiesen mudado con ellos espectros asechantes que creían haber dejado atrás. Ella exigía dinero y atención entre otros ítems que él juzgaba bobadas de mujer e iban inflamando insidiosas mechas de violencia.

Antes, Miguel paliaba sus traumas hablando con Marcos, evitando ambos el analista. El consultorio era cualquier bar donde sirvieran el diván bien frío. Haber compartido años inocentes, la transición a ya no serlo, (cuando ambos se fijaron en Valeria -la Venus del barrio- y ella eligió a Miguel) e instrucción militar, les confería lealtad ciega. Pero eso había sido hacía mucho. Casi no se veían. El corte fue aquel operativo cuyo éxito hubiera promovido a Miguel a comisario, cuando halló un centro clandestino que conectaba drogas y prostitución a gran escala, e implicaba a un edil de esferas nacionales, quien, en apuros, obligó al jefe policial armar una cortina de humo a favor de su impunidad. Marcos fue martillo del inescrupuloso jefe, a sabiendas del perjuicio que obraría en Miguel. Aquel famoso escándalo catapultó a Marcos a una selecta elite de privilegios, dinero negro y carta blanca en la corrupta parafernalia, y a Miguel a una seccional de cuarta, con la insalvable cruz en su foja. Al tiempo supo, y nunca perdonó. Que Marcos ostentara su intocable status no evitó que le bajara un diente y estampara una notable cicatriz nasal, saldando la traición.

Alternando operativos, relevos y legajos de un lado a otro, Miguel acababa extenuado, y esa lasitud psicofísica volvía a torcer su eje emocional hacia Valeria, la mujer que lo subyugaba cual múltiple imán obsesivo desde la adolescencia. Volvía como si lo que había pasado antes de irse nunca hubiera sido, con ímpetu para luchar por la débil llama que los unía en dispersas felicidades, trataba de obviar la nociva cara de la moneda, sobrestimando el insípido valor de algunas horas calmas que la escasez de afecto exaltaba a rango de amor mayúsculo. Algunos días se secaban en silencio, y muchos entre gritos y portazos de litigios que se cobraban piezas ornamentales, sisando de a poco la decoración de la casa.

Ese día, cuando volvió a casa, Valeria se bañaba. Miguel se sacó el uniforme y lo dejó en la cama. Entredormido, la oyó hablar, reír distante. Cuando vino a él, la exploró con las manos. Cuando despertara del todo, la cópula heredaría esos juegos previos. Cobró plena razón a roce cutáneo, ya la oía nítidamente, y notó restos de un pregón foráneo en la charla táctil, inciertos silencios entre verbos que no creía haber dejado en esa boca, como si ella trajera flores de un prado que no les pertenecía. Un clic alzó su torso y mandó a las manos sentar encima, de espaldas, el otro cuerpo; memorizadas distancias atinaron la puerta del enlace urgente. Algo disonaba en ese orden. Sentía ajenos, lejanos brazos abollar aun la piel de ella. Sus dedos, radares milimétricos, repetían el análisis intentando sitiar al tercero. El olor del pelo lo denunció; sin los ojos veía recientes tactos grabados en la espalda, pliegues de pretéritas caricias que colgaban entre su cuello y sus senos; y esa mezcla de sentidos y supraconciencia que revelaba al intruso, hasta hubiera podido reconstruir en detalle poses y gemidos. Un súbito rencor postergó al letargo, mientras redoblaba el furor de las embestidas. La ubicó de frente a él sin dejar de penetrarla. Hubiera jurado que transformó su cara el último instante, que de espaldas musitaba el nombre del otro… ahora, sonreía. Ese rostro demostraba goce, pero del fondo, desde su capa más profunda e inocultable, afirmaba tácitamente que jamás sería del todo suya.

Hechizado de lúbrico agite, al borde del abismo, le gritó si Marcos se lo hacía así de bien, así de hondo, hasta el alma; como ella prosiguiera sorda y a la deriva, se quejó: ¡Por qué! ¡Por qué!.. El olor de esas otras manos en la espalda de Valeria punzaban tanto sus sienes, sus oídos, que debió cerrar los ojos y apretar los dientes con fuerza bruta para conservar la cordura.

La risible figura de durar usando su arma hasta matarla de placer, le recordó su uniforme, ahí al lado. Frunció un vergonzoso borrón de sonrisa rumbo al clímax, viéndola a los ojos confirmar la atroz sospecha, mientras Valeria extendía velas arrastrando ambas barcas a puerto. Aun no amarraban cuando la bala brotó del tórax de Valeria y entró al pecho del autor del disparo, dándole quince minutos de agonía suficiente para evocar todo, vaciarse de fracasos y de fluidos, todavía ceñido y empapado por la tibia inercia tiesa de quien amaba con locura.
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Partida

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¡Era ella! Estaba seguro. La sintió a través de su espalda por todo su cuerpo con un breve hormigueo y su inconfundible perfume.

Hacía un año que cada domingo transponía las solemnes verjas coloniales de ese lugar donde el tiempo se niega a transcurrir, reiterando el camino memorizado. Hasta jugaba a ir a la parcela con los ojos cerrados. Doce peldaños abajo, final de la escalera; cien pasos a diestra, otros quince retumbaban a través del pasillo, cuatro más torciendo a la derecha, veinte a la izquierda, ya sobre el césped y abrir los ojos. Ninguna sorpresa.

Nunca había superado esa sensación bochornosamente ridícula de llevar flores que pesaban más en su cara que en las manos; quizás por no haberlas regalado a tiempo. Como tantos otros gestos diarios soslayados en su momento y lamentados cuando es demasiado tarde para obrarlos.

Allí lo invadía una desazón que lo mantenía tenso el resto del día. Le agobiaba no haber vuelto nunca a sentir su presencia; ni haberla soñado siquiera. Ahí sentado monologaba tardíos diálogos. Ella lo veía y oía cada vez, sin juzgarlo ni poder manifestarse, incapaz de transferirle la inmensa paz que disfrutaba o su franco perdón, tan profundo como incorpóreo.

Él le hablaba como siempre, con la mirada ida, alternando charlas inconclusas con noticias de cuando ya no estaba. Y de repente…allí estaba. ¡Era ella! Estaba seguro. La sintió subir por su espalda, traspasar su cuerpo un segundo de fugaz hormigueo helado junto a su inolvidable perfume.

Espontáneas lágrimas rodaron por su cara humedeciendo el virtual mantel de mármol para sus citas. Lo que él no supo y ella advirtió, pero debió olvidar pronto, fue que mientras esas lágrimas se secaban en la piedra, otras gotas, fruto esparcido por amor de pareja, la engendraban en un nuevo vientre.
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Inexorable

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(Prosa poética dedicada a Félix García, y a quien esté atravesando períodos de sequía)

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El memorioso emisario de las musas afirma con hondo pesar, al círculo íntimo, estar seco de voces. Mientras lo dice, su mirada cae con rigor pétreo y un hondo suspiro lo vacía. Lamenta que sus días se gasten en silencio, atemperados apenas con familiares y letras de amigos que la vida ha sedimentado. En los peores momentos juzga insuficiente ese abrigo para la insoportable crudeza del invierno que debe enfrentar solo.

Los del jueves esbozan sonrisas de padre, alternan su rol unos momentos, lo consuelan; con paciencia le recuerdan que tal cosa es imposible. Le cuentan de Agamenón y su ejército sitiado por el hambre y los infieles, al pie de la montaña, cuando le bastó una sola palabra para que ésta se abriera y los salvara de la muerte. Sus huestes jamás la repitieron, pues su poder de fuego era privativo del gran Agamenón. Y del fragmento de las escrituras: “Una palabra tuya bastará para sanarme”.

Hay épocas de sequía, le dicen, como si él no lo supiera; sucesivos ciclos complementarios de día y noche precisos para convivir en armonía. Dolientes, sí. Quizá demasiado prolongados intervalos.

El sabe de sobra que mirarse al espejo es lo opuesto a verse; que para ver en serio hay que cerrar los ojos e intuir arcanos corpúsculos tras los párpados. Quiere, elige seguir volando, mas se siente abatido. Aunque la secreta impresión sea la de ya no pertenencia al estrato puro donde se arraigó, a ese nimbo que le fue predestinado desde su alumbramiento. Como si fuera una incierta intuición del cercano final. Mientras, observa con incredulidad los mojones que ha sembrado en el camino; algunas veces como a débiles cenizas del victorioso fuego a través de indómitas lágrimas, otras con sencillo pero profundo orgullo que eriza la piel. Le cuesta reconocer que esos cisnes perlados o aquellas ardientes epifanías de singular belleza sean de su propia creación, si ni siquiera ha precisado barro o polvo para animarlos, sólo un inusitado bache de aire y poca tinta han sido suficientes.

Llegará, como siempre al fin llega, un día cualquiera en que la chispa arderá: de una azarosa imagen, una mirada, un aroma (lo mejor de la chispa es que nunca se sabe cómo surgirá). Primero será una melodía que hacía tiempo no tarareaba, después un calor en la cara, en el pecho, en las sienes; cierto sudor en la palma de las manos y gota a gota, un torrente de palabras irá mojando rituales páginas con sangre cósmica, mientras en la espalda resurgirá el casi olvidado escozor de mágicas alas, regresando todo a su lugar.

Hay épocas de sequía, le dicen, como si él no lo supiera. Dolientes pausas multiplicadas por la inexorable herrumbre del tiempo. Claro que habrá un último espacio entre la última oda y la despedida final, pero éste no lo es, ya verás. No hay silencio en ti; olvídate del silencio, Félix.
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El mar

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Como los años le habían enrulado los ojos y habían sido generosos con su pecho aéreo hasta la ignominia de ese aciago día, se dedicó a diseccionar amaneceres con prestancia de alfarería y precisión cirujana.

Daba vueltas a la cabaña del valle cual augurio de túnica mal tejida apenas blanca que la tarde grisácea desgastaba. Vagas hebras esas, diabólicas babas en mejillas insuficientes para tanta amargura aguada.

¡Tanta humedad! Manadas de mínimos arco iris borrosos se encendían en cada frente, por cada fuente; bufaban bajo tras puertas y ventanas.

Eso no era amor, él no salía a ver la lluvia con sol afuera: solo oía rugidos y susurros, el bien conocido llanto. Él, taciturno y apocado y poca cosa él, nacido de aquellos ojos que no olvidara ni cuidara, ahora fondeado y frondoso adorno primero del nuevo mar, surgido y muerto por el viejo amor.
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miércoles, 6 de enero de 2010

Uno por cinco menos uno allá arriba

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Afuera un piar par, como de garras acechantes; eso mismo, a la vez un ruego, dentro, tan tenue como inútil. En el recodo de la rama y el barranco, tan seguro que parecía. Solo dos de cinco hicieron con los ovales espejos albos, blandas astillas… los tres que se demoraron, hurtaron los ojos al primerísimo primer plano de los ofidios colmillos ansiosos del primer y último atardecer de plumones, mientras mamá busca bichitos porque es el día.
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martes, 5 de enero de 2010

/-X-Y-/ o de los locos soliloquios (CapXI)

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-X-
una muerte, otra bisagra de vida... (o debida)

cuántos cadáveres nos siguen sobreviviendo?

y no me dejás comerme los gusanos para vengar tu muerte

es que voy a tener que soportar tantos latidos todavía
cada paso del corazón una navaja itinerante
un aplazamiento interno,
no otra vez!
oh no...

-Y-
no sigas mis pasos
no te doblegues
no atientes

no ves que mi perfume putrefacto
se destila en la lengua del silencio?
no me ves?

no me veas!

-X-
sé que podés recordarme
de otra forma
que esta absurda imagen
de una piel desnuda sobre el mármol impoluto
inalterable / inexorable

-Y-
te ruego que ya no me veas

-X-
podrías irte de una vez
a poblar otros limbos
menos acabados que este?

hacéme al menos ese favor
si?

-Y-
a título de qué tenés cara para echarme hoy?

no ves, acaso,
que esto no son alfiles ni torres ni peones

es un juego eterno entre dos reyes
entre dos piezas vacías
cuyas capas
brillan y ansían
el útero enorme de la noche

-X-
dejá tus movimientos para después
y sé capaz de decirme
lo que siempre callaste

como si yo no estuviera más aquí

-Y-
no me jodas

aquí lo único que late es este inmenso silencio
circular, lejano
y la ruta de las huellas imborrables
en la memoria

ah... y dos silencios más
junto con este
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Debe / Haber

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en todo caso
baste saber que te he dejado
cada poro, cada gota, cada parte
para cuando cada gesto parta y quede
más frío que mi peor instante
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y no me guardo
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ni las horas
ni lo ido
ni siquiera la infinita felicidad
que se desangra
en un ring añoso
contra una resma de dolores
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nada me queda
ni los planes
ni los panes
ni tus cuerdas
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una bolsa de recuerdos que chorrea su saliva
en mi frente
penitente
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tortura china...
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nada queda
mejor así
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ni la indiferencia nos debemos
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